Algunos autores piensan que la crisis de 1929 modificó drásticamente los movimientos migratorios hacia América, dando lugar a restricciones en la llegada de inmigrantes. Aunque siguió habiendo una retórica oficial que los consideraba como países abiertos y favorables a la inmigración, la verdad es que en muchos de ellos las limitaciones fueron desde entonces, y siguen siendo, muy graves; basta recordar las condiciones para el simple viaje a Estados Unidos o, peor aún, para obtener un permiso de residencia en ellos. Desde los años 1930 en Estados Unidos el establecimiento de cuotas permite seleccionar a los inmigrantes según destrezas y habilidades.

Por razones religiosas o raciales algunos países pueden favorecer la inmigración selectiva. Pueden hacerse juicios negativos sobre dichas prácticas, pero han sido más frecuentes de lo que se piensa. Son las que ha practicado, por ejemplo, Israel con los judíos por razones religiosas, o Pakistán con los musulmanes procedentes de la India y, más recientemente Serbia con los de esa nacionalidad. Una práctica que normalmente va unida al rechazo de otros (no judíos, hindúes, musulmanes respectivamente en los tres países citados).

Compartimos con Capel que esas políticas de inmigración selectiva tienen normalmente un alto coste social, porque el crecimiento de la población seleccionada se hace generalmente a expensas de ciertos habitantes (los palestinos en Israel, los hindúes en Pakistán, los bosnios musulmanes en Serbia, los serbios en Kosovo...). En realidad esa inmigración puede utilizarse al mismo tiempo para expulsar a otra población o impedir su vuelta al país. Como se hace en Israel, favoreciendo la llegada de judíos de todas las procedencias e impidiendo el retorno de los palestinos que fueron expulsados en 1948; o más recientemente en los países bálticos independizados de la URSS, que han seguido una política de expulsión de los rusos.

En este contexto es posible afirmar que, en los países industrializados, el envejecimiento y la disminución de la población plantean ya problemas serios, y nos reafirmamos en la opinión de Federico Mayor Zaragoza (2000: 58) según la cual "afectan a las relaciones entre generaciones; a la financiación de los regímenes de seguridad social; al riesgo de pérdida de dinamismo global y al surgimiento de arbitrajes sociales y éticos delicados entre generaciones y entre la búsqueda de una prolongación máxima de la esperanza de vida y la posibilidad de asegurar a todos una vejez de calidad".

El que fuera Director General de la UNESCO desde 1987 a 1999, subraya que el número de inmigrantes en situación regular se cifra en 100 millones en todo el mundo, número al que hay que añadir de 10 a 30 millones de inmigrantes en situación irregular (…) Son más de dos millones de personas las que llegan todos los años a los países del Norte, sin contar con los clandestinos (…) Pero la migración Sur-Norte oculta las corrientes Sur-Sur, que son aún más importantes: si en el transcurso de los últimos treinta años, 35 millones de personas han abandonado los países del Sur para ir a los del Norte, el número de personas que viven en un país distinto del que han nacido se cifra en 85 millones a escala del planeta (Pág. 59 y 60).

Ante estas cifras los expertos se preguntan, ¿cómo evolucionarán las migraciones en los próximos años? La idea más extendida sugiere que la presión migratoria se incrementará en dirección a los países del norte, especialmente Europa y Estados Unidos, al continuar el crecimiento demográfico en los países del Sur, sobre todo en África y Centroamérica, y porque se acentúan las desigualdades entre países ricos y países pobres. En este contexto Mayor Zaragoza (2000: 61) plantea con crudeza que la situación derivada del cierre de fronteras de las naciones industrializadas a causa del desempleo y del crecimiento de la intolerancia hacia los inmigrantes, agravará las tensiones y el número de clandestinos se multiplicará.

 
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