El
éxito de la televisión reside, precisamente, según M. Martín Serrano,
en que los espectadores confunden realidad con espectáculo y les
resulta más difícil distinguirlos que en cualquier otro medio de
comunicación. Lógicamente, la televisión es la menos interesada
en deshacer ese equívoco. Su gran influencia se debe precisamente
a sus capacidades expresivas, que impiden al público verla como
mediador:
"Dicha
influencia de la televisión es el resultado de una realización que
des-realiza. 'Desrealizar' es la técnica narrativa que consiste
en hacer equivalentes y por lo tanto sustituibles, los objetos de
referencia y la imagen real que se difunde de ellos. Lo que en la
televisión se ve, no es lo que existe; o lo que es lo mismo: lo
que existe no es como en la televisión se ve". (Martín Serrano,
1995, p. 26-27).
Esa
conciencia de que en la televisión no están las cosas que pasan,
sino las narraciones mediadas de las cosas que pasan, es algo que
habría que inculcar cada vez en más personas.
b)
Entre otras soluciones a la manipulación, sería conveniente fomentar
el estilo de vida del que Fritz Scharff (1979) ha llamado consumidor
reflexivo. Considera que tener un amplio abanico de opciones para
elegir -el poder comprar muchas marcas de ropa, muchos tamaños de
automóvil, muchos tipos de bebidas- no es la única manera de desarrollar
la libertad. Y en este sentido, Llano (1995) afirma que
"la
libertad tiene un crecimiento sobre todo cuando aparece en el panorama
vital del hombre una opción superior: la opción de no elegir. Me
quedo con la ropa que tengo, con el automóvil que poseo, con la
bebida que acostumbro. Porque, al aparecer un nuevo producto, me
he formulado la pregunta del consumidor reflexivo: ¿qué necesidad
tengo de satisfacer esta necesidad?" (p. 45).
Sería
éste un modo estupendo de conciliar la abundancia de información
publicitaria con la libertad de elección que ha de procurar mantener
cualquier persona en todo momento. En esta misma línea, Zunzunegui
(1992) propone la formación del espectador, consumidor potencial,
y más en concreto:
"situar
al espectador de los medios audiovisuales no como un lugar mudo
sobre el que se vuelcan infinidad de obras y de mensajes, sino como
'interpretante' (dejamos aun lado el sentido que le da Peirce) capaz
de contextualizar la actividad de los 'medios de masas' y, en último
término, susceptible de producir un saber en relación con el universo
de la significación" (p. 14).
c)
Abundando en la importancia de la formación, una década después,
J. C. Suárez (2002) critica que muchos anunciantes utilicen para
vender -como un instrumento más- cosas importantes para muchas personas,
como valores, sentimientos, tradiciones, vivencias y experiencias,
circunstancias dolorosas. Por eso aclara que el ser humano no está
en venta y no se debe permitir que el mercado le ponga precio. De
ahí la necesidad de recurrir a la ética, que es un buen referente
de la dignidad humana, aunque no baste por sí misma como solución,
porque: "la ética no es eficaz sin una adecuada educación de los
consumidores para discernir los beneficios racionales de los productos
de la simple retórica de la seducción que le añade la fantasía"
(p.18).
Se
han destacado algunas características importantes de ese consumidor
reflexivo, o buen consumidor de mensajes, como por ejemplo, que
es crítico: compara, enjuicia y denuncia o alaba; es responsable:
se informa, conoce y selecciona; es activo: comenta, discute, contrasta
y actúa buscando alternativas; y es creativo: imagina, crea y produce
(Aguaded, 1998). Pero eso no se improvisa, sino que el consumidor/usuario
crítico requiere una educación específica desde los primeros años;
así, por ejemplo, en el caso de la publicidad discriminatoria de
la mujer, la educación del consumidor no sexista empieza en la escuela,
por lo que "es necesario que los niños y niñas hagan una lectura
de los medios de comunicación en general y de la publicidad en particular,
y aprendan a reconocer y rechazar en ellos los elementos que discriminan
en función del género.
d)
Otro medio de salvaguardar la libertad del consumidor es proporcionarle
la capacidad de réplica ante los mensajes que recibe, pues, lo que
en definitiva busca la información publicitaria es precisamente
suscitar el consumo. La idea misma de consumo tiene fin ideológico.
Y difundir esa idea de consumo de bienes no tiene nada de reprobable
si permanece abierto el cauce a la réplica por quien recibe la información.
"Si hubiera imposibilidad o condicionamiento a la réplica, se estaría
cercenando la libertad del ciudadano que recibe la información.
La propaganda sería sutil tiranía sobre las inteligencias y voluntades"
(Nieto, 1988, p. 107) .
e)
Para lograr mayores aportaciones positivas de la publicidad a la
educación, no se puede dejar de hacer una llamada a la responsabilidad
de los anunciantes y de las agencias de publicidad, como elementos
de enorme poder: "Nunca hubo en manos de nadie, como ahora en manos
del anunciante y del publicista, tal posibilidad de cambiar una
cultura, de enderezar una civilización. Nunca ha habido la capacidad
para una misión tan amplia en manos de tan pocos; jamás ha habido
en manos privadas un instrumento de tan largo alcance" (Llano, 1995,
p. 43).
Por este motivo, el anunciante y el publicitario deberán tener delante
de los ojos el consejo de Max Weber (1984): "corresponde determinar
qué clase de hombre hay que ser para tener derecho a poner la mano
sobre la rueda de la historia" (p. 94). Quienes disponen hoy del
poder de pagar el anuncio tienen tal vez una de las responsabilidades
culturales más grandes de las que han tenido las personas en la
historia.
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