La ecología del desarrollo humano (Bronfenbrenner, 1979, 1999;
Bronfenbrenner et al. 1996; del Río y Álvarez, 1994; Álvarez,
1996; del Río, 1997; Valsiner, 1994b, 1997, 2002) ha venido elaborando
sus modelos partiendo, como en el caso de los otros seres biológicos,
desde contextos y escenarios espaciales, situados, en los que ha
descrito los factores y variables biológicos, psicológicos, sociales
y culturales que determinan la evolución de los niños hacia su madurez.
El hábitat y el marco local y de posicionamiento físico de las
actividades humanas han definido por tanto la caracterización de
nuestro medio evolutivo. La emergencia de puntos y eventos “deslocalizados”
en ese espacio local (McLuhan y Fiore, 1968; McLuhan y Powers, 1989;
Thompson, 1995) ha venido en el siglo XX a redefinir la tarea de
esta ecología, de modo que pueda acomodar tanto lo local como lo
deslocalizado, lo presente como lo re-presentado, lo que se nos
muestra con una entidad física y directa y lo que se nos muestra
con una entidad virtual e indirecta. Lo deslocalizado y virtual
ejerce hoy un impacto superior en muchos ámbitos a la cultura situada.
Como afirma Ohmae (1995) los niños se parecen más hoy por ser de
una generación determinada (y con ello una generación de los medios
deslocalizados) que por ser de un país o cultura concretas.
En el capítulo anterior proponíamos la perspectiva del desarrollo
humano dentro del marco de la “integración evolutiva” y la epigénesis
y, complementariamente, de un mundo humano como un mundo mediado
y culturalmente reconstruido.
Todo ello supone un mundo inestable, un mundo en cambio, donde
esas construcciones mediadas se renuevan y expanden con gran rapidez.
La proyección de los medios de comunicación y las tecnologías sobre
la vida humana en las tres últimas generaciones ha sido de tal dimensión
que la propia teoría de la mediación cultural debe hacer un esfuerzo
para poder seguir su paso. Y aunque esa expansión se ha producido
sobre todo y como decimos, en el espacio virtual de lo deslocalizado,
lo ha hecho paradójicamente redefiniendo los propios escenarios
locales para hacer un sitio preferente a estos medios deslocalizados.
Colocar los medios en nuestra vida se ha hecho en base a rediseñar
los escenarios de la vida cotidiana a su alrededor, desde el salón
alrededor del televisor a los escenarios urbanos de ocio alrededor
de videojuegos y audiovisuales.
Berlyne (1960) planteó hace ya tiempo, al comienzo de la etapa
de investigación empírica sobre el impacto de los medios, un modelo
ecológico de exposición directa a la realidad frente a una exposición
mediada o virtual. ¿Qué parte de nuestra comunicación se produce
en interacción directa y cuál en comunicación mediada? Si extendemos
la pregunta de Berlyne al contexto evolutivo y lo hacemos a través
de una teoría sociogenética (la comunicación como génesis de la
representación y el pensamiento), ésta cobra una mayor dimensión.
El medio de desarrollo que han conceptualizado los grandes autores
evolutivos de la orientación sociogenética (Valsiner, 1999) o los
de orientación filogenética (Donald, 1991) parece haber sufrido
un cambio masivo en el último siglo que sólo con ligereza podríamos
dejar de considerar trascendental. Paik (2001) ha trazado una historia
cultural reciente, aportando datos empíricos sobre las transformaciones
del entorno mediático en el último siglo por el impacto de los medios
electrónicos.
Los contextos humanos –y con ellos los contextos evolutivos en
que construimos la psique de las nuevas generaciones– se perfilan
así a partir de la mitad del siglo XX, como nuevos contextos de
desarrollo, como “medios” evolutivos en que lo situado y lo virtual
componen nuevos complejos ambientales. Ya no tenemos ante nosotros
escenarios espaciales cotidianos en los que se insertan “puertas
hacia las estrellas” (por emplear la brillante metáfora del monolito
de Clarke en 2001, Una odisea en el espacio), como son el
libro o el cine. Estamos ahora en un equilibrio mayor entre lo situado
y lo virtual, con un peso tan fuerte de ambos en la vida de todos
los niños (y no sólo de unos pocos, como fue durante mucho tiempo
el caso de la lectura) que este nuevo medio de medios, este “medio
mediático” no ha sido comprendido ecológicamente aún en su significado
real. El antropoide social y situado se enfrenta ahora a un entorno
que sigue siendo situado, pero en el que las leyes de lo situado
ya no son predominantes y deben compartir su poder y sus valores
con otras.
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