Como era de esperar, los niños de los tres primeros grupos mostraron en la sala de juegos un mayor grado de predisposición a los juegos violentos que los del grupo de control. Por otro lado, los niños que observaron la conducta agresiva en imagen filmada (ya se tratara de personajes animados o de actores) parecían más propensos a la imitación de esa forma de conducta que los que la habían presenciado en la realidad. La violencia expuesta en un film ofrece siempre un atractivo mayor y una distancia de seguridad que elimina el miedo que puede ocasionar en el niño la observación de la agresión directa y real. Por último, del mismo modo que la representación del erotismo, con su repertorio corporal y gestual, es más expresiva y de mayor alcance en un cómic o en una película animada para adultos, las tasas de agresividad incentivadas por los dibujos animados eran mayores a las ofrecidas por los modelos agresivos reales o los que aparecían en una película con actores.
                       
Si pasamos a analizar el caso de los dibujos animados podemos comprobar cómo la esencia de su acción consiste en "divertidas" escenas de violencia que se suceden a un ritmo audiovisual extraordinariamente rápido. Como suele ser frecuente, desde los primeros momentos se anuncia un tema de acción sobre el que se ejercitará la destructividad. En rápidas imágenes caricaturescas y ante la aceptación divertida del público infantil, un personaje es golpeado sucesivamente, por otros que van apareciendo en escena, como si se tratara de una pelota.

De esta manera, como señaló acertadamente Adorno y Horkheimer (1944/1998), dos de los más notables y acertados representantes de la teoría crítica de la sociedad: "La cantidad de diversión organizada se transfiere a la calidad de ferocidad organizada...Si los dibujos animados tienen otro efecto fuera del de acostumbrar los sentidos al nuevo ritmo, es el de martillear en todos los cerebros la antigua verdad de que el maltrato continuo, el quebrantamiento de toda resistencia individual, es la condición de vida en esta sociedad” Y añaden: “El pato Donald, en los dibujos animados, como los desdichados en la realidad, reciben sus puntapiés a fin de que los espectadores se habitúen a los suyos".

La excesiva y continuada exposición de los niños a este tipo de modelos violentos audiovisuales conduce, al menos, a las siguientes consecuencias psicológicas:

  1. Insensibilización de la angustia y la repulsión que, como sería natural, deberían producir las escenas de dolor físico o psicológico.
  2. Disminución considerable de la ansiedad ante situaciones terribles de agresión contra seres humanos.
  3. Se adquiere conciencia de que la agresividad violenta es una buena solución, rápida e inmediata, para solucionar las situaciones de conflicto interpersonal.
  4. La violencia se aprecia como algo interesante y divertido.
  5. Se aprenden, con detalles técnicos y operativos, formas muy crueles y dañinas de agresión.
  6. La confianza ilusoria en la violencia puede llegar a dar una falsa sensación de seguridad en personalidades inmaduras de cualquier edad.
  7. La personalidad violenta se establece así como una forma de ser y de estar en el mundo, una forma satisfactoria que parece compensar -ilusoriamente- un gran número de carencias afectivas, intelectuales o de habilidades físicas y de comunicación con los otros.

No se trata de llevar estos planteamientos a apreciaciones dramáticamente exageradas, pero, como estudiosos de la conducta infantil, debemos estar atentos a la psicodinámica cognitiva de la personalidad agresiva favorecida por la sugestión de los procesos imitativos, en una mente cada vez más configurada para ofrecer este tipo de respuestas sociales.
           
Rattner (1974), en su libro Agresión y naturaleza humana, sostenía que "los desbordamientos individuales y colectivos de odio son expresión de un síndrome psicopatológico" que la imitación infantil de la violencia puede llegar a desencadenar. Los espectadores inmaduros se familiarizan de esta manera con la asimilación de comportamientos peligrosos que les pueden servir de modelo imitativo en un determinado momento de desequilibrio psíquico, de falta de control del ambiente,  de confusión personal o de frustración intensa.
           
Los niños en edad infantil carecen, en principio, de la capacidad de reflexión y de control de los impulsos de los adultos. Su imaginación, alimentada por el entretenimiento audiovisual cotidiano y excesivo, no ha sido sometida todavía a las restricciones sociales que imponen la educación, el buen criterio y la madurez.

Finalmente, no podríamos dejar de señalar la correlación positiva existente entre la habituación multimedia a la violencia y el déficit de atención escolar.

 

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