3.5. RITMO AUDIOVISUAL Y ADAPTACIÓN PERCEPTIVA EN LA INFANCIA INMADURA

Desde los dos años, o incluso antes, los niños inician su particular encuentro con el mundo audiovisual, y especialmente con el ritmo propio de sus contenidos, mirando la televisión en sus hogares durante un mínimo de dos horas al día. Aunque en un principio pueda parecernos sorprendente, un nuevo reto perceptivo va a poner a prueba la adaptación visual de los pequeños en este momento inicial de sus vidas.
           
El universo multimedia, particularmente las películas de animación de los últimos tiempos, emplea un ritmo estimulador cada vez más rápido para lograr niveles más altos de atracción hacia la imagen. Lo mismo sucederá con los videojuegos que más tarde los escolares comenzarán a utilizar como un recurso lúdico y que exigirán unas necesidades interactivas de cada vez mayor capacidad de respuesta apresurada al exceso de estimulación sensorial que de ellos se desprende. Un ritmo que, con probabilidad, servirá de estímulo, acaso excesivo, para esa área cerebral especializada en la visualización del movimiento.
           
Debemos reconocer que el cine actual de alcance digital, o las imágenes virtuales tridimensionales en la misma línea, condicionan, cada vez con más fuerza, las reacciones perceptivas del cerebro a un ritmo de secuencias imposibles de experimentar en un mundo ajeno a esas situaciones. En relación a estas evidencias hay un aspecto al que, en nuestra opinión, no se le ha dado un tratamiento investigador más exhaustivo y que podría dar la clave de un elemento profundamente modificador de la percepción infantil y de sus formas de procesamiento de la información audiovisual. ¿Cuál puede ser la causa de que niños muy pequeños, de dos años, o incluso aún mucho más pequeños, permanezcan como hipnotizados ante una película de dibujos animados acelerados a la que, en buena lógica, no podrían tener ningún tipo de acceso cognitivo en lo relativo a su comprensión argumental? Ante esta interrogante no tardaremos en reparar en ciertos aspectos significativos de la imagen, relacionados con el ritmo, que podrían ser utilizados, intencionalmente, por los productores y realizadores, en el proceso de montaje, como elementos físicos y perceptivos específicos de atracción y seducción sensorial. Parece bastante acertado suponer, al respecto, que el intenso ritmo audiovisual de estas aferencias multimedia actuaría como un elemento de excesiva estimulación en niños que por su inmadurez neurológica poseen un cerebro vulnerable. Y como toda estimulación excesiva, ésta podría crear un especial tipo de dependencia de la imagen impactante y acelerada, con fuertes contrastes cromáticos, que actuaría como un estímulo condicionado de la atención desde edades muy tempranas.
           
Para fundamentar nuestra observación no sería necesario ir más allá de los experimentos de Watson (1920), que llegó a la conclusión de que tales reacciones emocionales eran concebidas como respuestas o movimientos corpóreos. Su definición de lo emocional no era, por tanto, solamente fisiológica sino también de carácter conductual. A partir de ahí, y sobre la sospecha de que ritmos audiovisuales atípicos y excesivos, y nunca percibidos hasta ese momento -ni en la vida de los pequeños y ni siquiera en la historia de la imagen audiovisual- podrían alterar los tiempos de reacción visomotora en una fase inmadura de su desarrollo, se abría una nueva vía de investigación.

La pregunta de trabajo planteada se expresaba en los siguientes términos: ¿Hasta qué punto el ritmo impuesto a la emisión de imágenes puede llegar a alterar desde la infancia temprana, incluso seriamente, los posteriores tiempos normales de reacción, registrados mediante las pruebas oportunas, en la edad escolar y adolescencia? ¿Podrían los escolares, sometidos a este tipo de excitabilidad extrema y continuada desde las primeras etapas de su infancia llegar a anticipar en exceso la reacción ante la aparición de un determinado estímulo? ¿Se crearán problemas de impulsividad y de falta de autocontrol? ¿Podría este fenómeno de sensibilidad excesiva y patológica llegar a tener otro tipo de consecuencias en la organización posterior de la convivencia y de la supervivencia colectiva?

Pensemos, por ejemplo, en la seguridad vial. No es que sea malo tener una alta capacidad de reacción ante la aparición sorpresiva de alertas visuales, sino que el problema radica en que el sujeto habituado a los ritmos apresurados, tenderá a buscar situaciones sensoriales extremas. Podría, por ejemplo, presentar una tendencia a circular con una velocidad excesiva que le permitiera disfrutar de esas vivencias que estimulan en exceso. O simplemente calmar la ansiedad que les pudiera producir la ausencia de sobreestimulación visomotora. En experimentos de laboratorio con ratas sometidas a una estimulación dolorosa,  con pequeñas descargas eléctricas, se ha podido comprobar cómo estos animales se comportan de manera autodestructiva como resultado de la ansiedad, cuando esa estimulación dolorosa no se volvía a aplicar.
           
Siguiendo esta línea de trabajo hemos llegado a comprobar, en escolares muy habituados a videojuegos,  fallos “hipercinéticos” que se podrían deber precisamente a una excesiva anticipación de la respuesta ante la aparición del estímulo, situación que pudimos constatar solicitando la colaboración voluntaria de escolares mayores de once años, que, por propia iniciativa, se declaraban consumidores muy experimentados en videojuegos. También hemos podido demostrar cómo este tipo de escolares maduros ofrecía una respuesta de ansiedad, inquietud y falta de atención cuando los ritmos audiovisuales se presentaban de una manera mucho más pausada. En otra experiencia sencilla presentamos dos películas con argumento idéntico pero con variación de ritmos, una de ritmo más relajado y otra de ritmo más intenso, y comprobamos que  prácticamente la totalidad de un grupo de niños de entre ocho y diez años afirmaba haberse entretenido más con la película de ritmo rápido.

 

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