3.2. LA INICIAL CAPACIDAD AUDIOVISUAL DEL BEBÉ

Como ya hemos adelantado, no parece que la inicial percepci ón visual de los bebés sea tan irrelevante, como en algunas ocasiones se ha venido considerando. De hecho el primer contacto visual podría valorarse como el verdadero origen de la sociabilidad del recién nacido. Naturalmente no pueden percibir objetos pequeños situados a distancia, algo colocado a unos cinco metros sería equivalente a la percepción que nosotros, con visión normal, tendríamos de una cosa colocada a 170 metros. A los seis meses la percepción visual mejora en un 20% y al año ya es más parecida al de una persona adulta. Desde luego que los ojos del bebé, a diferencia del de los adultos, poseen una estructura inmadura de la retina y un nervio óptico poco desarrollado desde el punto de vista funcional. No obstante, pueden realizar ciertas conquistas visuales, adaptativas y cognitivas relevantes desde el momento mismo del nacimiento. Sólo ven lo que les importa ver, lo que necesitan ver.

Defendemos así, como principio teórico básico sistémico-ecológico, que cada fase del desarrollo, incluidos los primeros momentos posteriores al nacimiento, posee, sin lugar a dudas, un mundo perceptivo que le es propio. Sostenemos, al mismo tiempo, que ningún organismo es independientemente de su entorno vital más inmediato, en el caso del neonato, el ser con el que establece sus primeros vínculos, y que la disposición orgánico estructural interna o sistémica determinará el tipo de fenómenos a los que ese organismo es, en cada momento, potencialmente receptivo, en el caso citado la madre o persona que le cuida de manera directa, procurando las consiguientes respuestas adaptativas. En consecuencia se ha venido constatando de una manera experimental la precocísima atracción  del bebé hacia objetos similares a los rostros humanos.

Ya en 1970 investigadores  de  la  Universidad  de  Boston  (Carpentier et al.), habían sugerido que, desde la segunda semana de vida, era probable que los recién nacidos fueran capaces de distinguir y diferenciar a su madre por las señales visuales de su rostro. Incluso el bebé podría ser perfectamente capaz de identificar el sentido de esas señales, que con probabilidad tengan mucho que ver con la expresión de los estados de ánimo de la madre. Posteriormente, Goren (1975), de la Universidad de California del Sur, en Los Ángeles, mostraban, en sus experimentos, cómo unos recién nacidos en torno a los nueve minutos de nacer, evidenciaban seguir con el movimiento de sus ojos un grotesco rostro simulado. En una línea similar de investigación, especialistas del Medical Research Council de Londres constataban, por su parte, que  bebés nacidos hacía tan sólo treinta minutos se sentían ya atraídos por estímulos gestuales que incluso de manera grosera parecían proceder de un rostro humano (Bruner, 1986).
           
Reconocen, en efecto, pero no son capaces de individualizar el rostro que se les presenta. No habría, se ha objetado, un descubrimiento individual del rostro concreto de la madre. Sin embargo, a partir del estudio de los movimientos de los ojos de recién nacidos se ha podido constatar que éstos realizan una especie de barrido óptico de localización de los rasgos básicos de su madre, que se perfecciona progresivamente a partir del primer mes. Lo importante es que se evidencia una percepción de la figura esquemáticamente escaneada de la cara que podría encontrarse relacionada con la urgencia de reconocimientos visuales, que harían el papel de señales de orientación, durante la existencia de un primer período crítico del desarrollo. Un momento en el que el reconocimiento de esas señales se establecería como una necesidad y garantía de supervivencia.

 

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