3. LOS PRIMEROS PASOS EN LA PERCEPCIÓN INFANTIL DE LA IMAGEN Y EL SONIDO (0-2 AÑOS)

3.1. ¿CÓMO ES EL MUNDO PERCEPTIVO DEL RECIÉN NACIDO?

En el momento del nacimiento los bastones y conos forman un conjunto aproximado de ciento treinta millones de células. La mácula es todavía inmadura pero el nervio óptico posee alrededor de un millón de axones. Precisamente uno de los reflejos innatos verificables es el reflejo pupilar que nos muestra la capacidad que el recién nacido presenta para la percepción y de discriminación de matices diversos en el brillo e intensidad de la luz. Las observaciones sobre el reflejo pupilar de los neonatos inciden en la hipótesis de que los bebés no sólo son capaces de percibir la luz ambiente sino también de discriminar entre sus diferentes brillos. Podrían detectar, además, diferencias entre colores, concretamente, y según se ha podido constatar en evidencias experimentales, entre la luz roja y azul. De un modo experimental se ha podido comprobar cómo el bebé es capaz de reaccionar parpadeando al aumento repentino de la intensidad de la luz y también sus pupilas se contraen cuando se producen cambios en dicha intensidad, fenómeno corriente que continuamente se sucede, por ejemplo, en las emisiones televisivas.

Los adultos somos capaces de dar sentido, estructura, armonía y coherencia perceptiva al bombardeo irregular de fotones que procede de unas imágenes televisivas que nunca llegan a formarse plenamente y que son el resultado de cientos de miles de puntos luminosos, en continuo proceso de construcción y destrucción. Podemos suponer que el bebé, en las primeras semanas, sólo percibe el desconcierto de  los cambios en la intensidad de la luz de una manera semejante a cuando nosotros vemos el molesto reflejo de un televisor encendido en otra habitación.  Como puede parecer lógico una información sensorial de esas características podría llegar a tener un impacto sensorial en la inmadurez de los sistemas neurobiológicos comprometidos con la visión. Tal vez podamos considerar este fenómeno como un modo de estimulación excesiva, y por ello probablemente negativa, en la naciente percepción audiovisual del pequeño. No obstante los tonos luminosos y sonidos suaves ejercerán una influencia beneficiosa en su necesario entrenamiento perceptivo. Podemos afirmar, además, que los bebés, desde el momento mismo de su nacimiento y como una señal más de supervivencia adaptativa, son visualmente sensibles al movimiento. Podemos suponer que, de este modo, la imagen estática probablemente podría resultar irrelevante  para ellos.

La retina percibe las manifestaciones visibles a partir del flujo de luz que se refleja en los objetos que se encuentran en continua transformación y cambio (Gibson, 1979). Como sabemos, las  capacidades perceptivas  y sensoriales son el resultado de nuestro particular programa genético innato y evolucionado, de la maduración del asombroso y aún todavía no suficientemente conocido sistema nervioso y, también y no en menor grado, del propio aprendizaje que proporcionan las experiencias percibidas. Se trata de capacidades que se desarrollan a lo largo de todo el proceso evolutivo del individuo, que parten desde el inicio mismo de su vida consciente y que definen cada período de su ciclo vital.

¿Qué sabemos hoy respecto al reconocimiento de estas capacidades en los recién nacidos? No podemos reprochar a William James (1809/1909) que creyera que  la estimulación del medio, recibida por ojos, oídos, olfato, piel o propiamente interoceptiva, fuera procesada de un modo confuso y caótico por el cerebro del bebé. Incluso Piaget e Inhälder describieron, sorprendentemente, el universo inicial del recién nacido como "un especial mundo sin objetos". Bowlby (1969/1998) planteó también un modelo primitivo de desarrollo de la afección según el cual el niño no podría sentir un significativo apego hacia su madre hasta que sus aptitudes visuales y auditivas no alcanzaran cierto desarrollo. Y esto no sucedería más que, tardíamente, bien avanzado el transcurso de los tres primeros meses.

Sin embargo, todas las investigaciones actuales registran una sorprendente precocidad de los sistemas sensoriales del neonato. El niño se reconoce hoy, en efecto, como un activo buscador de figuras de apego, como expresión de una necesidad básica y original de una especial inteligencia instintiva y sensorial que garantizaría la propia supervivencia individual y la de la especie. En la actualidad no tendremos ya ningún reparo en afirmar que el mundo perceptivo del niño se encuentra mucho más adaptado, capacitado y organizado de lo que en un principio se había erróneamente considerado. Suponemos entonces y con una gran probabilidad de acierto que son capaces de discriminar con la activación de otros recursos perceptivos, olfato, sabor, tacto y oído, el rostro verdadero de la madre entre otros similares. Destacaremos la atracción, desde los nueve minutos postnatales, hacia objetos más o menos similares al rostro humano.

Las últimas investigaciones destacan la olvidada, por no decir despreciada, contribución de los canales olfativos y gustativos como una fuente muy precoz de información sensorial. Con seguridad los resultados negativos de ese proceso de percepción podrían ser determinantes de muchos trastornos emocionales y afectivos posteriores. Quizá de este modo podrían ser detectadas hasta las formas más sutiles de rechazo de la madre hacia el bebé,  y que ya fueron tratadas por Spitz (1965/1986) en su conocido libro The first year of life. Lo que aún no parece factible es la aparición, como en el caso de la película de Larry Cohen, It´s alive (1976), de un peligroso y agresivo bebé mutante con garras, de aspecto parecido al del infernal “muñeco diabólico”, y especialmente adaptado para sobrevivir en un ambiente despiadado, egoísta, competitivo y ecológicamente degradado. ¿Será necesaria tal mutación en el futuro?

 

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