Como
ejemplo gráfico especialmente cercano a nuestro ámbito académico,
creo que cualquier buen profesor, a pesar de utilizar un medio tan
convencional como su propia voz o el micrófono, considera que sus
clases son perfectamente interactivas incluso antes de que los alumnos
empiecen a preguntar; previamente ha intentado conocerlos -uno a
uno en la medida de lo posible- y, a medida que transcurre la clase,
basta fijarse en sus rostros para recibir respuestas; frecuentemente
no son necesarios ni siquiera gestos explícitos...
Pero,
en cualquier caso, respuestas de los discentes que no dejan indiferente
al docente. De esa forma, en ocasiones tan sutil, estos queridos
receptores ayudan también a configurar el discurso que les debe
instruir. A ciertos aprendices de comunicadores un maestro dirigía
la siguiente invitación: el que se empeña en estas tareas "debe
ser un poco poeta"; y lo hacía argumentando que "habitualmente los
poetas comunican aspectos admirables y maravillosos". Y también
porque los comunicadores, e incluso los periodistas, deben apostar
por la co-creación (Brajnovic, 1989).
Por
tanto, si resulta evidente, desde tiempo inmemorial, esa intención
publicitaria de establecer un contacto lo más cercano (y directo
y activo) posible entre el emisor de los mensajes y el receptor,
entonces, podría ser también interesante una consideración más genérica
de este concepto de interactividad: una consideración que permita
estudiar, a través de este mismo prisma "dialógico", algunas creatividades
y recursos comunicativos en medios convencionales especialmente
convenientes para las comunicaciones de las nuevas tecnologías.
Este
objeto de estudio -lo interactivo en lo convencional- merece también
la posibilidad de ser observado en una línea como la que han apuntado
Lippman (1991) y Bettetini (1995), autores que profundizan en la
analogía entre interactividad y diálogo no necesariamente aplicada
de forma exclusiva a una mediación de tipo tecnológico y "novedoso".
También
es especialmente sugerente un planteamiento como el de Francisco
García:
"La
dialógica no es responsable de las decisiones de los sujetos, pero
les ofrece una dimensión nueva, otra alternativa para conocer, les
permite intercambiar no sólo puntos de vista sino intercambiarse
entre ellos, intercambiar la ipseidad por la otredad, y viceversa.
Permite ser el otro sin dejar de ser el yo. La humanidad se proyecta
hacia un futuro donde las tecnologías de la información y la comunicación
hacen posible una explosión de la comunicación a todos los niveles,
desde los domésticos a los interplanetarios, pero donde las posibilidades
comunicativas sólo actualizarán su potencia con el cambio de actitud
de los actores de la historia del mundo. Esto es: construyendo el
futuro a través del diálogo" (en Alberto Pérez, 2001, pp. 678-680).
Es
decir, la actitud (en este caso hacia el diálogo) viene a ser un
factor esencial en la descripción de cualquier forma de comunicación.
Esta consideración podría estar también, por ejemplo, muy en sintonía
con la "comunicación activa" de Marçal Moliné (1996, p. 233), que
-atendiendo a sus propias palabras- consideramos plenamente interactiva:
"Pero,
¿qué quiere decir "comunicación"? La palabra viene del latín "communicare"
y tenía entonces un sentido de participar en común (...). Hasta
alrededor del siglo XVI tanto en la lengua inglesa como en la francesa
expresaba algo muy próximo al concepto de "comunión", y esa integración
entre dos o más personas tiene mucho que ver con la pretensión que
tenemos los publicitarios cuando queremos que el receptor "sienta"
lo mismo que nosotros sobre el mensaje, al tiempo que implica una
actitud activa que tampoco resulta extraña a los criterios científicos
actuales".
Así,
los rasgos fundamentales que desde el principio identificábamos
como más comunes al concepto de interactividad (la instantaneidad,
la personalización de los mensajes, la efectividad y el control)
estarían presentes en los términos más genéricos de comunicación
dialógica y comunicación activa.
En el caso de los dos primeros rasgos, resulta evidente. En el caso
del tercero, parece también demostrado que una comunicación dialógica
y/o activa favorece procesos comunicativos más eficientes: hay una
mayor sensación de igualdad entre los participantes que les motiva
a comunicar, y a hacerlo con cierto orden y sentido. De hecho, parece
evidente que "la interactividad está en función del grado en que,
en una situación de comunicación, cualquier mensaje está relacionado
con los mensajes precedentes" (Sádaba, 2000, p. 147).; y también
favorece la interactividad una mayor implicación, que facilita el
aprendizaje y la modificación de conductas. Por último, en el caso
del cuarto rasgo (el control), sí que podríamos afirmar que son
las nuevas tecnologías las que aportan un incremento determinante
a partir de su implementación.
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