En relación
con esto último, esas barreras ya se habían visto difuminadas por
el simple hecho de que el contenido de la campaña estaba conformado
por temas y un tono dramatizante más propios de la información periodística
que de esa felicidad esencial al mundo publicitario; concretamente,
las imágenes que captaron sus primeros anuncios mostraban: un grupo
de albaneses tratando de escalar un barco ya repleto de compatriotas
a punto de zarpar hacia Italia, un guerrillero africano sosteniendo
con las dos manos el fémur de un presunto enemigo, una pareja de
hindúes caminando por una calle con el agua a la altura de las ingles
en plena inundación provocada por las lluvias monzónicas, unas mujeres
sicilianas llorando junto al cadáver de un familiar víctima de la
Mafia, un grupo de africanos luchando por subirse a un camión con
sus niños y pertenencias, un coche bomba ardiendo tras haber estallado,
la conocida imagen del enfermo de sida David Kirby agonizando entre
el desgarro de sus familiares (p. 204).
En el caso concreto
del "emplazamiento de producto", para Eric Clark "no sólo traspasa
el límite con el contenido editorial, sino que lo destruye conscientemente"
(Clark, 1998, p. 493). Lo cual plantea un segundo problema que menciona
este mismo más adelante (p. 500): el grado de dependencia.
Pertenece también
a la época moderna la separación entre el arte y el resto de las
dimensiones de lo humano. La posmodernidad, por el contrario, se
caracteriza por una tendencia estilizante a subrayar la belleza
en todo, de forma que las relaciones entre la comunicación comercial
y el arte llegan a ser constitutivas. Las manifestaciones publicitarias,
no son -en este contexto- una esfera cerrada, sino una dimensión
más de lo humano. Si los modelos ya no son unívocos, el concepto
de arte tampoco lo es. En la posmodernidad, el arte da un paso más:
hasta entonces había representado la vida, ahora se convierte en
la vida misma y se basa en el universo de imágenes superreales que
bombardean nuestra cotidianeidad a través de los medios de comunicación.
Casi al mismo tiempo, desaparecen las fronteras entre arte y vida.
A propósito
de esto último, Jameson habla de la extensión del posmodernismo
sobre todas las manifestaciones artísticas. Reacciones sin otro
rasgo común que el ir contra lo establecido por el modernismo, contra
su conquista y delimitación hasta entonces de las manifestaciones
culturales. Su unidad se encuentra, por negación, precisamente en
lo que trata de desplazar. Se difuminan algunos límites o separaciones
clave, sobre todo la erosión de la vieja distinción entre cultura
superior y la llamada cultura popular o de masas; y, en concreto,
el arte queda fascinado frecuentemente con todo el paisaje publicitario
con la particularidad de que "ya no se 'citan' tales textos como
podrían haber hecho un Joyce o un Mahler; los incorporan, hasta
el punto donde parece cada vez más difícil de trazar la línea entre
el arte superior y las formas comerciales" (Foster, Habermas y Baudrillard,
1986, p. 167).
Como señala
el ya mencionado estudio de Durgee, la publicidad probablemente
intriga por las mismas razones que lo hace una obra de arte. Probar,
identificar y decidir, por ejemplo, acerca de los distintos sabores
de unos congelados puede no ser diferente a ver, identificar y decidir
acerca de las formas retorcidas y los colores de un cuadro de Van
Gogh: "Los bienes de consumo tienen todas las cualidades estéticas
que tienen los objetos de arte. Al igual que las obras de teatro,
las novelas, las pinturas y las esculturas, tienen conflicto, contraste,
secuencias de eventos, extrañas formas y ordenación de elementos"
(Durgee, 1988, p. 44).
Y también en
España, no deja de ser significativo que el Tribunal Supremo haya
indultado una valla publicitaria, el Toro de Osborne, por
considerar, en palabras del portavoz del gobierno, que "no se trata
de publicidad sino que es parte del paisaje nacional" (El Pais,
1998). En perfecta coherencia con lo anterior, se estima el recurso
contra la multa que impuso el Consejo de Ministros a la empresa
Osborne, propietaria de las vallas, por incumplimiento de la Ley
de Carreteras, que prohíbe las vallas publicitarias junto a las
autovías y autopistas. O que en Barcelona, la agencia Tandem
Campmany Guasch DDB, cree una sala "para unir el arte
y la publicidad". Por supuesto, una de las primeras muestras está
dedicada a los años en los que Andy Warhol, el rey del pop-art,
trabajó en publicidad; 13 años, desde los 21, dedicados a actividades
publicitarias, escaparatismo, ilustración de revistas... hasta que
las famosas serigrafías de la marca Campbell le merecen el reconocimiento
como artista (Campaña, 1999, p. 49). En este sentido también cabe
destacar el citado caso de Benetton y la declaración de intenciones
del autor de sus campañas: "La creatividad publicitaria tiene que
ver con el arte, así como la música del ascensor tiene que ver con
la música real, la verdadera música" (Toscani en Hernández, 1995,
p. 100).
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