3.3.4.
Algunas claves para entender la publicidad actual
Ante
el hecho de la creciente presencia de las marcas en todo tipo de
contextos culturales, en modo alguno puede decirse que nos encontremos
simplemente ante una estrategia comercial que lleva a que los anunciantes
ocupen nuevos foros hasta ahora vedados para las intenciones comerciales
(Victoria, 1999b) (71); el desarrollo de todo
este movimiento tiene que ver más bien con un juego de complicidades
que implica no sólo a los anunciantes (las marcas) sino también
a los productos culturales y a los consumidores/espectadores, tres
de los grandes agentes constitutivos de la sociedad contemporánea.
Las
descripciones apocalípticas de nuestra sociedad nos han acostumbrado
a imaginar víctimas impotentes, consumidores manipulados por la
ciencia y la técnica de la comunicación comercial. En cambio, el
desarrollo de esta misma comunicación -con algo más que el consentimiento
por parte del consumidor- manifiesta que no hay una única dirección
en la realización de estos presagios casi siempre catastrofistas.
La
marca es y seguirá siendo elemento imprescindible de la comunicación
comercial. Y ya hemos asumido plenamente que las mismas marcas no
son meros elementos comerciales. Si queremos, por ejemplo, acceder
a la misma esencia de estas fuertes imágenes y signos de nuestros
días, no podemos reducirlas a una pura manifestación de marketing.
Se ha afirmado hasta la saciedad que, en nuestros días, adherirse
a uno de estos signos comerciales no es sólo expresar la preferencia
hacia un tipo de producto en lugar de otro; es adherirse a la vez
a unos determinados estilos de vida de los cuales la marca es la
manifestación exterior. Y es esta precisamente la función social
que hace propicia a la marca para la comunicación.
En
realidad, podemos decir con Semprini (1995, pp. 16-23) que la marca
moderna pertenece más al mundo de la comunicación que al del comercio;
su rasgo más sobresaliente es su naturaleza comunicativa (sobre
todo, desde el momento en que hay una preferencia por comunicar
los aspectos inmateriales de los productos frente a los aspectos
objetivos de su diferenciación: lo que pueden evocar en la imaginación,
su simbología, todo lo referente a las características del producto
percibidas de forma subjetiva...); y, más en concreto, se trata
de una naturaleza comunicativa eminentemente discursiva, ya que
lo consustancial a la marca es crear "mundos posibles y dotarlos
de sentido". Por tanto, esto supone "pasar del terreno del marketing
y de la teoría económica al campo de las ciencias sociales y de
las ciencias de la significación".
Pues
bien, un acercamiento a la marca coherente con esta naturaleza comunicativay
con este enfoque, desde las ciencias sociales y de la significación,
puede convenir especialmente a fenómeno como los que vamos a estudiar.
A eso dedicamos el primer epígrafe de este apartado. En el segundo,
intentamos trazar el contexto sociocultural (en gran medida, ese
tejido de complicidades) en el que se mueven las transferencias
de significados que se producen en las comunicaciones comerciales
de nuestros días. Terminamos con dos de los rasgos de éstas a los
que más recurriremos a lo largo de las páginas que siguen: la desaparición
de los límites entre los distintos tipos de comunicación y -paralelamente-
una convergencia a todos los niveles bajo el signo de la que hasta
ahora llamábamos "pequeña pantalla".
3.3.4.1.
Primera propuesta: el enfoque comunicativo
Cada
vez con más frecuencia, utilizamos, de forma equivalente, los conceptos
de signo, producto, marca y los términos que aluden a las distintas
comunicaciones: elementos que, integrados en nuestra cultura, nos
han sugerido o recordado otras cosas que no son ellos mismos, por
lo que les podemos atribuir un valor sustitutivo que los hace aptos
para la transmisión de mensajes. "Imágenes y textos son signos"
(Costa, 1993, p. 42) y, de forma especial, puesto que su papel primordial
es crear y difundir un universo de significación en torno a un objeto,
la marca ha de ser una máquina productora de significados. Dentro
de la infinidad de significados posibles en una sociedad, la marca
recorta un segmento y lo ordena confiriéndole significado: lo distingue
de la competencia y le otorga, la mayoría de las veces, valores
culturales, sociales, simbólicos y míticos.
En
fin, el enfoque podríamos definirlo como el análisis técnico de
las estructuras en las cuales los significados son producidos; y
más en general, de los medios a través de los cuales se produce
el sentido. En el caso de los medios de comunicación objeto de nuestro
estudio, cabe tener en cuenta, en primer lugar, que se trata de
sistemas "representacionales". La producción de significado a partir
de sus contenidos depende de que las audiencias compartan y entiendan
las interpretaciones de las convenciones de la comunicación comercial.
Normalmente,
en la práctica, ni siquiera somos conscientes de estas convenciones,
pero lo cierto es que se nos transmiten significados de una forma
no explícita; hemos aprendido a decodificarlas de forma espontánea:
se utilizan diversos códigos -siempre que sean compartidos y comprendidos-
con la función de condensar los significados que ayudan a la construcción
de sentido.
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De hecho, la sustancia de la mayoría de los productos es, en principio,
distinta de su función significativa; suelen ser objetos de uso
diario a los que las sociedades otorgan significaciones concretas
(Barthes, 1964). Desde siempre, los productos, y después las marcas,
han tenido un marcado carácter simbólico que la publicidad no ha
hecho más que aumentar.
-
Y también los actos (los gestos) de consumo pueden aportar una gran
cantidad de significación dependiendo del contexto sociocultural,
de la situación espacio-temporal, etc. En este sentido, por ejemplo,
se pronuncia la teoría dramatística: la comunicación, de modo específico,
se trata de un intercambio de acciones simbólicas, esto es, cargadas
de un significado que está por encima del mero comportamiento externo.
(Burke, en AA.VV., 1976, p. 80, ha sido el primero en tratar dramatísticamente
la acción humana y, dentro de ella, la comunicativa). Además, para
que una comunicación funcione como una representación social constituyente
y constituida, debe integrar las distintas prácticas sociales.
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