En la falta de libertad insiste Ramonet (1983), consciente de la desconfianza que se da en nuestra civilización con respecto a la cultura audiovisual, y añade otros temores:

"1) que pueda reducir a la gente al estado de masa y obstaculizar la estructuración de individuos emancipados, capaces de discernir y de decidir libremente; 2) que pueda reemplazar a la mente humana la legítima aspiración a la autonomía y a la toma de conciencia sustituyéndola por un conformismo y una pasividad altamente regresiva; 3) que pueda acreditar, en suma, la idea de que los hombres deseen vivir extraviados, fascinados y embaucados en la confusa esperanza de que alguna satisfacción hipnótica les llevará a olvidar, por un instante, el mundo absurdo en el que viven"(p.12).

c) Se ha criticado también a la publicidad televisiva porque sus imágenes crean dependencia. Así, Saborit (1992) habla de una doble atracción de la publicidad televisiva, que ha denominado perceptiva y semántico-narrativa, y que califica de transcendente porque crea hábitos perceptivos debido a una especie de necesidad o adicción a cierta densidad de imágenes; como si el espectador adicto al consumo acelerado de imágenes, necesitara una determinada dosis para sentirse colmado.

Esa adicción a la pantalla tiene mucho que ver, según otros, con el empobrecimiento de las relaciones humanas. Muchos apuntan a la televisión como el principal factor del cambio acelerado que caracteriza al mundo contemporáneo; y piensan que este avance electrodoméstico, difundido tan extensa y rápidamente, se ha adueñado del tiempo que adultos y niños solían dedicar antes a la reflexión y al divertimento. Se considera que tan enorme y variado público (desde la cuna hasta el asilo de ancianos, desde el gheto hasta el barrio más exclusivo) nunca había compartido antes tanto tiempo el mismo sistema cultural de mensajes e imágenes, y los presupuestos culturales de que están imbuidos (Montenegro, 1980). d) Otra consecuencia, de esa adicción a las imágenes publicitarias, relacionada con la anterior, es lo que se ha llamado pasividad. Así, González Requena (1985) se refiere a ese fenómeno como algo "tan llamativo que ha hecho de la TV un espectáculo absoluto y sistemático, que coloca al espectador en una posición que todos reconocemos como pasiva y poco creativa" (p.65). El antropólogo Yepes Stork (1993) pone el dedo en la llaga centrando su atención no tanto en los medios audiovisuales como en los responsables de crear ese tipo de programación y en las situaciones reales que esos medios reflejan: "Admitamos la capacidad 'diseñadora' de las personas humanas que tiene la cultura audiovisual. Admitamos que el hombre-espectador de nuestra época tiene dentro una enfermedad llamada pasividad. Pero admitamos también que la cultura audiovisual es sólo la amplificación enorme de formas de vida y de valores encarnados en las personas que hacen esa cultura" (p. 28). En definitiva se trataría de un efecto boomerang entre emisor y receptor, o dicho de otra forma, de una continua retroalimentación entre ambos. De manera que resulta urgente forjar un nuevo tipo de personas -de generaciones- libres de los condicionamientos que imponen los esquemas audiovisuales, cuya cultura y desarrollo de su personalidad no dependan fundamentalmente de los medios de comunicación.

e) Otro de los argumentos más reiterados en contra de la televisión es la unilateralidad del proceso comunicativo. Así, el emisor y el medio de transmisión son quienes controlan el código, y el receptor no puede ofrecer una contrapartida o respuesta a la imagen que se le presenta; no se le permite la reciprocidad ni la retroalimentación ante el alud de imágenes (Font, 1981).

En esta misma línea, Furio Colombo (1983) muestra su preocupación por la posible falta de reacción del espectador ante una gran diversidad de denotaciones y connotaciones que no siempre está preparado para recibir, porque no llega a reconocer que una frase con audio y vídeo, espetada a cien millones de personas a través del televisor es muy distinta a la dicha por una persona en el silencio de una habitación. "El mensaje salvaje lleva consigo de todo: significados notorios y significados desconocidos, sueños y provocaciones, llamadas ideales y declaraciones hostiles, según un código que ni siquiera conocemos, es más, que ni siquiera nos hemos puesto a buscar" (p.38).

 
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