En
este sentido, según Livolsi (1989), la publicidad es una especie
de historia continua e infinita en la que los modelos son como las
teselas de un mosaico. Cada anuncio, cada personaje, cada microrrelato,
constituyen fragmentos de un cuento complejo e interminable que
va narrando la misma historia con los mismos personajes: el consumo
y los diversos consumidores.
Por
eso, a diferencia del sistema antiguo en el que sólo había un canon
en todo lo referente al arte y a la imagen, en la sociedad actual
existe una pluralidad de cánones. Hoy la televisión, el cine, la
prensa, ya no proponen un solo modelo de comportamiento, sino un
repertorio de alternativas. Hay muchos modos autorizados de vivir.
Cada mujer, cada hombre tiene dentro de sí una especie de estratificación
geológica de modelos, hasta llegar a los últimos provisionalmente
dominantes. Esa multiplicidad de modelos y esta diversidad de situaciones
son, según J. Rey (1994):
"el
espejo caleidoscópico en el que se mirará el espectador a la hora
de interpretarse y disfrazarse. Y esta continua posibilidad de interpretación
y disfraz ofrecida por el discurso publicitario forma parte de los
procesos de seducción, pues de esta manera el virtual consumidor
se identifica y se proyecta en el consumidor ideal que a modo de
señuelo le ofrece la publicidad"(pp.30-31).
Este
recurso habitual a los estereotipos se ha criticado frecuentemente.
Así I. Ramonet (1983), señala que el film publicitario es estructuralmente
reductor y recurre a los estereotipos para ofrecer una visión condensada
y esquemática de la vida: "Funciona como instrumento de integración,
es normativo, impone modelos de conducta, dicta actitudes colectivas.
Ignora los enfrentamientos políticos, niega la existencia de las
clases, euforiza la coyuntura, trivializa los problemas e infiltra
sin descanso una aculturización" (p.70).
Otros,
en cambio, reconocen que además de que es difícil prescindir de
los estereotipos, por la simplicidad de planteamientos que exige
la brevedad de los anuncios, no parece que haya motivo para hacerlo,
si no es por razones meramente estéticas, ya que, en casos como
el de la presencia de la mujer, por ejemplo, según José Luis León
(1996) "la investigación demuestra que los estereotipos no perjudican
la efectividad de los anuncios siempre y cuando se dé una coherencia
entre el estereotipo, el entorno que rodea a la mujer en el anuncio
y la imagen del producto entre los usuarios" (p.214). En cualquier
caso, la amplitud de roles siempre es más efectiva que la presentación
reiterada de uno de ellos. Además, ningún rol -tradicional o progresivo-
resulta superior per se si no es presentado de modo realista y natural,
aunque en igualdad de condiciones, los roles progresivos resultan
superiores en aceptación a los tradicionales.
En esta línea se sitúa la opinión de Bettetini (1973), quien piensa
que nada tiene de extraño que la publicidad emplee "el modelo" como
vehículo de su cosmovisión, pues el modelo, además de comunicar
de forma clara y rápida, evitando dispersiones o distorsiones, persuade
en unos casos, y tranquiliza en otros, al acomodarse a las expectativas
del receptor, pues si se quiere incitar a comprar una mercancía
determinada, lo más adecuado no es perturbar la ideología del virtual
comprador, sino que más bien, lo procedente es reafirmarlo en sus
convicciones a partir de una especie de pacto entre emisor y receptor,
que se materializa en el discurso publicitario mediante el oportuno
empleo de los modelos.
Hay
quienes piensan que algún tipo de responsabilidad tiene la publicidad
en la transmisión de unos modelos y valores, aunque los tome de
la realidad misma, ya que la continua representación de situaciones
en las que aparecen determinados modelos o estereotipos y la distinta
asignación de roles fomenta su mantenimiento. Así, J. C. Suárez
(2002) recordará:
"la
publicidad juega un papel importante como instrumento de comunicación
y de socialización, siendo capaz, independientemente de los contenidos
intrínsecos de cada mensaje publicitario, de conformar modelos colectivos
de valores y comportamientos, ofreciendo al consumidor no sólo productos
sino también modelos de actitudes, formas de vida e imágenes paradigmáticas
que orientan y, en muchos casos, definen las necesidades y deseos
de las personas" (p.38).
En
resumen, la capacidad de los anuncios para transmitir valores culturales
y modelos de vida ha sido interpretada de formas totalmente opuestas.
Para algunos, la publicidad no crea ni impone determinados valores,
sino que refleja los que predominan en la sociedad en la que se
integra. Según ellos, es absurdo que los anuncios traten de cambiar
las creencias y los ideales de los consumidores, ya que su deber
es tratar de agradarles. Más bien, la publicidad refuerza los valores
presentes en la vida social.
Otros
autores, por el contrario, defienden la enorme influencia de la
publicidad en las modas y estilos de vida por su inigualable capacidad
de persuadir frente a otros medios de comunicación.
Otros
autores, por el contrario, defienden la enorme influencia de la
publicidad en las modas y estilos de vida por su inigualable capacidad
de persuadir frente a otros medios de comunicación.
Sin
embargo, como ha señalado Méndiz (2002):
"Unos
y otros parecen coincidir en tres aspectos: La publicidad refleja
un diagnóstico de la vida social, porque a través de los anuncios
podemos descubrir las aspiraciones y valores de una cultura. A la
vez, la publicidad se convierte en un fabuloso catalizador de nuestra
cultura, porque potencia y mitifica determinados deseos y valores.
Sin embargo, esto no sucede de modo inmediato ni automático; depende
de los productos que se anuncian y de las sociedades donde se publicitan.
Con todo, la investigación realizada en los últimos años parece
dar la razón a la segunda postura: la que señala el carácter activo
de la publicidad a la hora de impulsar y promover nuevos valores
sociales" (p.224).
Por
tanto, parece que la cuestión verdaderamente importante reside en
que la publicidad fomenta unos valores mientras oculta y relega
al olvido otros, de manera que contribuye directamente a seleccionar
y difundir sólo los estilos de vida que convienen a su finalidad
consumista.
Aunque
los juicios de valor acerca del recurso de la publicidad a los modelos
puedan ser diversos, en el fondo, ahí tenemos toda una modalidad
antropológica, la definición del tipo de hombre y de mujer que conviene.
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