9.
EL DISCURSO PUBLICITARIO Y EL DISCURSO PEDAGÓGICO
Stella
Martínez Rodrigo
Universidad
de Granada
9.1.
Mensaje y receptor
Se
ha escrito repetidamente que los medios de comunicación de la sociedad
actual se dirigen a lo que se ha calificado como "audiencia mediocre".
La publicidad, especialmente, busca el receptor mediocre, que es
el más acorde con la mayoría, y se dirige a él ignorando la presencia
de ciudadanos con intereses más elevados que "ser feliz" con una
determinada marca de gel, de electrodoméstico o de automóvil.
Los
anunciantes tratan a los receptores en conjunto ofreciendo lo que
más puede atraer a la mayoría, aunque luego los productos respectivos
no les den lo que se les había prometido. Quienes aceptan sus mensajes
como dogmas de fe viven en una pompa de jabón y se mueven en un
ambiente irreal que -antes o después- se quiebra. Todos hemos sufrido
las consecuencias de utilizar un tinte que prometía milagros, o
de tomar unas pastillas que prometían el máximo bienestar... y no
ha ocurrido nada de lo que esperábamos. Hemos quedado sencillamente
reducidos a masa y, en publicidad, la masa no es el resultado de
la suma de individualidades.
La
masificación no está tanto en que todos compremos las mismas cosas
como en que lo hagamos por idénticos motivos..., que previamente
han sido manipulados por los publicitarios correspondientes. Lo
característico de la masa es la pobreza de su capacidad crítica,
el bajo nivel racional de sus decisiones. Su conducta es demasiado
emocional y en ese modo de obrar la publicidad ha señalado lo que
se debe elegir y por qué conviene esa elección. La masa es mucho
más manipulable que el individuo. Los políticos quieren ganar votos,
y los comerciantes, dinero. Los medios de comunicación facilitan
la vida a unos y otros, mientras ellos mismos ven medrar sus propias
empresas informativas. Se trata de un círculo perfecto y cerrado;
nada falta ni sobra. Además, hay un público fiel que vota lo que
le dicen y compra lo que le indican. Se deja sentir la necesidad
de una "revolución de los corderos".
Los
publicitarios estudian bien la condición humana y saben que toda
persona quiere ser valorada por los demás o desea la admiración
del sexo opuesto. También conocen la tendencia humana hacia la comodidad,
los deseos de nuevas sensaciones, la curiosidad ..., y esto es lo
que se proponen, incluso si están anunciando una máquina de cortar
césped. Además, todos tenemos en la vanidad un punto flaco, y la
publicidad es experta en halagar nuestra vanidad. La mejor forma
de predisponer a una persona a favor de un mensaje es incluir algo
que facilite la óptima consideración de uno mismo. Ésta es la clave
ideal para abrir la voluntad del consumidor. Por eso los anuncios
dedican poco tiempo a explicar las excelencias de un producto y
mucho a detallar sus efectos en los posibles compradores; en realidad
venden placer y felicidad. Además, el mero hecho de adquirir tal
detergente, por ejemplo, ya es índice de una inteligencia privilegiada.
Por supuesto, el ama de casa que lo utilice será envidiada por sus
vecinas y también sus hijos agradecerán que haya optado por esa
nueva marca.
Si
la vanidad se une a la irreflexión, el binomio es perfecto para
la manipulación. Así el espectador no sería consciente de que actúa
como autómata, al modo como los perturbaos tampoco son capaces de
admitir su desequilibrio. Realmente, la publicidad pretende anular
la capacidad crítica del espectador, pero lo lleva a cabo sabiamente,
conduciendo de forma gradual el razonamiento del espectador en cada
premisa para llevarle a la conclusión deseada por el vendedor. Lo
importante es que el receptor quede "libremente" atrapado sin deseos
de defenderse.
Hay
que reconocer que la publicidad ha adquirido la facultad de "educar"
a las personas, entendiendo la educación como una ayuda para fijar
actitudes y juicios de valor. Ha enseñado cómo ocupar el ocio o
de qué manera organizar un desayuno familiar. También nos ha planteado
un modo de concebir la vida basado en el máximo consumo y placer.
Todo esto a base de pequeños sumandos: es importante llamar la atención
del ciudadano pero también repetir el mensaje de cien maneras distintas.
Por supuesto, los valores transmitidos en ese tipo de educación
no son siempre los más.
Pero
no podemos olvidar que ha sido la televisión quien ha dado a la
publicidad la mayor parte de su poder, mucho más de lo que podía
imaginar. No sólo porque tiene una amplísima audiencia, sino por
la facilidad con que promueve el deseo de imitación: la pequeña
pantalla marca modas de vestir o de comportamiento, aunque no se
lo proponga. Cuando convivimos con otras personas, es fácil que
repitamos sus giros, porque los incluimos en nuestro vocabulario
-inconscientemente- después de escucharlos muchas veces. Con la
televisión sucede lo mismo. El 90% de los europeos ve a diario la
televisión, mientras sólo el 50% escucha la radio. Y el número de
lectores de periódicos es aún más reducido; apenas el 35%. Es lógico
que la pequeña pantalla influya en nuestro modo de actuar porque
son demasiadas -más de tres- las horas que dedica el espectador
medio cada día a rendir culto a la diosa televisión.
Pero
la publicidad televisiva debe contar con su enemigo más temible,
que es, sin duda, el zapping. Los espectadores suelen esquivar la
tercera parte de los anuncios gracias a la facilidad para cambiar
de canal. Es un fenómeno desalentador para los publicitarios, pero
han sabido sobreponerse a esta amenaza. El ejemplo viene de Estados
Unidos. Ted Turner, fundador de la CNN, ideó un sistema para someter
al "espectador rebelde": bombardearle con anuncios en lugares donde
es casi imposible no atender a la pantalla. El magnate americano
instaló receptores en lugares públicos donde la gente tenía que
hacer cola: supermercados, aeropuertos, estaciones de autobuses
o de ferrocarril, y restaurantes con autoservicio. Estos establecimientos
no tenían que pagar nada y la cadena de televisión de Turner se
encargaba de todo: antenas, monitores y mantenimiento. Los espectadores
"disfrutaban" de una programación que dedicaba el 40% del tiempo
de emisión a los mensajes publicitarios.
Nada
supone un freno al mensaje publicitario. Cuando el vídeo doméstico
estuvo al alcance de cualquier fortuna y permitió grabar programas
completos eliminando los espots, las firmas comerciales idearon
el patrocinio. Es decir, la publicidad es la protagonista permanente
de la información, las series y los concursos. Los propios presentadores
de los diversos espacios invitan incansablemente a que compremos
tal o cual producto e insisten en las ventajas de la marca patrocinadora.
No hay posibilidad de huir o de mantenerse al margen de esos mensajes.
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