7.3.
Los valores culturales en la publicidad
Antes
de ahondar en las conclusiones a las que se ha llegado, será conveniente
anotar algunos puntos sobre los orígenes de la investigación en
este campo y los autores que han marcado los puntos de referencia
más destacados.
7.3.1.
Orígenes de la investigación sobre publicidad y valores
Los
estudios que relacionaban publicidad y valores culturales empezaron
muy pronto: a comienzos de los años sesenta. A lo largo de casi
dos décadas, y en el marco de la revolución cultural que caracterizó
a ese período, floreció una investigación muy dispersa, sin unos
fundamentos teóricos definidos, orientada a la denuncia del imperialismo
cultural de occidente. Al final, se llegó a un callejón sin salida
en el que se pretendía ver reflejos de culturas dominantes en cualquier
elemento de un spot publicitario.
A
comienzos de los ochenta, sin embargo, Richard W. Pollay (1983)
desarrolló una metodología y un "código germinal" pretendidamente
objetivo para medir los valores culturales en los anuncios. Como
consecuencia, en los años siguientes se publicaron numerosos estudios
centrados en el análisis de los valores culturales explícitamente
contenidos en la publicidad. Años después, y utilizando una versión
modificada del esquema de Pollay, Srikandath analizó los valores
culturales representados en los anuncios comerciales de la televisión
hindú; los resultados de esa investigación indicaron que "la publicidad
televisiva de la India promueve con más frecuencia -si no predominantemente-
los valores de la tecnología y la modernización, a la vez que los
del consumerismo" (1992, 15-24).
Por
esas mismas fechas, Ai-Ling Liou (1992) trató de analizar cuáles
eran los valores que con mayor frecuencia se proclamaban en la publicidad
televisiva. Escogió, como campo de estudio, la publicidad internacional
que había sido premiada en el Festival de Cannes entre 1985 y 1990.
El estudio, de más de 500 spots ponía de relieve la importancia
que el mundo occidental concede a valores como el éxito, la comodidad,
la tecnología y la juventud; y, también, el notorio descenso de
valores tan tradicionales como la calidad y el servicio.
Por
lo que respecta al ámbito español, la bibliografía tardó mucho en
abrirse camino. Hubo un primer intento de aplicar el análisis de
contenido a los mensajes publicitarios (Eguizábal, 1990; Clemente
y Santalla, 1991); y, después, llegaron dos Tesis Doctorales de
cierta envergadura: la de Agustín Perdiguer (1993), que estudió
los valores y los rasgos formales dominantes en la publicidad internacional
premiada en Cannes; y la de Lucía Domínguez (1995), que estudió
los modelos de consumidor que podemos apreciar en la publicidad
televisiva, así como los grupos de valores más frecuentemente invocados
por esa publicidad. Con la difusión de todos estos estudios, la
investigación en este campo había alcanzado su madurez científica.
7.3.2.
¿Qué valores nos "vende" la publicidad actual?
Como
se ha señalado, el punto de partida en este campo de investigación
es que los mensajes de la publicidad actual operan siempre en un
doble campo: por un lado, en la esfera del marketing, en la que
nos vende productos y marcas (porque su objeto es estimular el consumo
y reorientar la demanda del consumidor hacia la oferta de bienes
o servicios); y por otro, en la esfera de lo social, porque los
anuncios comerciales nos venden valores y estilos de vida que están
asociados en los spots a determinadas marcas comerciales: Volvo
es seguridad, Coca-Cola es juventud, Nokia es "conecting people".
La persona que es alcanzada por un anuncio, se forja una opinión
sobre el producto concreto que ve, pero también sobre el valor (seguridad,
confort, triunfo) que aparece allí representado.
Esta
referencia a los valores no es algo enteramente nuevo. Desde siempre
ha estado presente en la publicidad. Pero ahora se dan tres factores:
a)
La orientación "psicologista" de una parte de la investigación sobre
el consumidor. Muchos de los institutos sociológicos que se dedican
a este campo adoptan como premisa de partida que cada grupo de nuestra
sociedad tiene unas necesidades emocionales profundamente arraigadas,
y que su trabajo para los directores de marketing de las empresas
consiste en aislar e identificar los problemas psicológicos que
afecten a cada sector de la población; así podrán los creativos
publicitarios transformar los productos ordinarios y cotidianos
en algo mágico que actúe como medicina para esas frustraciones de
la audiencia. Esta es la estrategia publicitaria que podemos encontrar
en las campañas de algunas marcas bien consolidadas. Así, Marlboro
se dirige a los jóvenes superimpresionables en busca de su identidad
destacando en sus anuncios la autoconfianza y firmeza del cow-boy.
De igual modo, las empresas de automóviles japoneses (Lexus, Toyota)
logran acercar e integrar en el sistema consumista norteamericano
a los jóvenes individualistas rebeldes: en sus campañas hablan de
valores muy centrados en el sentido práctico y en la simplicidad.
Y lo mismo cabría decir de Apple Computers, que se ha ganado a la
generación de la contracultura, la del 68 (escépticos y hostiles
al consumo, con valores centrados en motivaciones internas: inteligencia,
integridad, introspección, creatividad, individualismo) presentando
a sus máquinas como amistosas ampliadoras de la mente.
b)
La desorientación cultural en torno a los valores y las creencias.
Hoy en día, en que el mundo contemporáneo parece sumergido en una
crisis de identidad que afecta al sentido ético y a las creencias,
la publicidad ha asumido el papel de ofrecer valores firmes, seguros,
incuestionables y pacíficamente aceptados por la mayoría. Muchos
sociólogos afirman que la publicidad ha venido a ocupar para muchos
el lugar que antes asignaban a la religión, a la escuela o a la
familia. Sin ser exactamente así, lo cierto es que muchos parecen
buscar su identidad en el voluble mundo de las marcas y el sentido
de la existencia en la efímera felicidad de los anuncios.
El
efecto de la los valores publicitarios sobre la personalidad social
de los públicos, aunque estos se hallen cada vez más fragmentados,
es de gran importancia, pues la configuración de la propia identidad,
la imagen y la idea que tenemos de nosotros mismos, así como de
nuestros valores y actitudes más básicas, y hasta nuestros sentimientos
más complejos, dependen actualmente mucho más del orden de la imaginación
y del corazón, de lo que se nos cuenta y de los símbolos con que
lo contamos, que de las razones, los saberes científicos, las normas
éticas y las leyes.
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