Parte IV. CLONCLUSIONES Y ORIENTACIONES
11. HACIA UNA POLÍTICA ACTIVA EN TELEVISIÓN E INFANCIA: ORIENTACIONES Y PROPUESTAS PARA UNA INFLUENCIA POSITIVA DE LA TELEVISIÓN

1. Se considera demostrada la importancia del consumo televisivo acumulado (dietas televisivas) para el desarrollo cognitivo y directivo de la infancia, así como en la agenda de actividades y conformación de los comportamientos infantiles y juveniles.

2. Es prioritario promover y apoyar líneas de investigación estables y continuadas sobre el papel de las dietas televisivas –y en combinación con otros medios culturales– en el desarrollo de los niños y jóvenes .

3. Es urgente desarrollar políticas y estrategias de actuación familiar ante los medios y de dietas activas.

4. Se requiere una orientación educativa que contemple los programas educativos, culturales y familiares dentro de un currículum integral, que la estructuración de ese currículum esté estructurada en torno a ejes de sentido (articulación del “marco retórico”) y que se priorice el asentamiento de la multialfabetización.

5. Es necesario promover políticas públicas de evitación de los aspectos más nocivos en la dieta y la producción audiovisual de “programas de diseño” para la infancia y la juventud, para lo cual se requiere fomentar y apoyar el trabajo de grupos interdisciplinares de producción y creación con criterios evolutivos.

 

11.1. INTRODUCCIÓN: ORIENTACIONES Y PROPUESTAS SOBRE LA INFLUENCIA DE LA TELEVISIÓN EN LA INFANCIA

Recogemos en este capítulo 11 las conclusiones y propuestas que se desprenden de este informe (Informe Pigmalión, realizado a instancias del CNICE del Ministerio de educación, Cultura y Deporte) sobre los efectos de la televisión en el desarrollo infantil. A partir de la investigación internacional y nacional, hemos llegado en este informe a trazar una panorámica de las evidencias acumuladas sobre el impacto de las dietas culturales audiovisuales en el desarrollo humano. Pero debe comprenderse que todas las investigaciones realizadas han estudiado dietas televisivas concretas sobre culturas concretas y muestras concretas de niños y de jóvenes. Es decir, no existe tal cosa como la influencia de un medio abstracto como tal en el desarrollo humano considerado de manera general. Las corrientes culturales que se extienden en los procesos de mundialización de la cultura son no obstante bastante homogéneas y convergentes, y ello permite que las evidencias acumuladas apunten sin duda a hechos generales que nos permiten orientarnos con bastante claridad y aproximación. Pero es preciso ser cuidadosos y entender estas corrientes mayoritarias como efectos culturales y no como dictado de leyes absolutas: los medios culturales son producto de un proceso histórico y ontogenético siempre abierto que, como señala la metáfora de Pigmalión, ponen el cincel de la creación en nuestras propias manos.

Conocer cómo afectan evolutivamente las dietas que estamos efectivamente generando a los niños en las diversas trayectorias de desarrollo que pueden configurar no es hoy un imposible. La investigación evolutiva cultural permite ya caminar por el cambio cultural con brújula y cartografía, y define influencias concretas para las grandes funciones psicológicas y los grandes problemas sociales: desarrollo atencional y cognitivo, desarrollo de la imaginación y construcción de la realidad, desarrollo social e identidad, desarrollo moral y violencia, actividad y vida cotidiana.

Este Informe permite pues aplicar reflexivamente esa información para trazar cursos de navegación y orientar sobre lo que puede o conviene hacerse en los contextos educativo, familiar y mediático. Terminamos por tanto con algunas propuestas concretas dirigidas a tres grandes ámbitos de acción cultural: la acción educativa, la familiar, y la mediático-profesional.

Decíamos al principio del informe que, al comenzar un nuevo siglo, el cambio transita por el protagonismo de los medios audiovisuales y las tecnologías que los soportan, que este cambio ha creado nuevos entornos humanos de vida y, sobre todo, de imaginación. No es una simple opción, sino una necesidad, comprender a nuestros niños y jóvenes como un nuevo, renovado, diseño humano para ayudarles a realizar su propia construcción personal de la mejor manera posible, salvaguardando lo mejor del pasado, ayudándoles a apropiarse de lo mejor del futuro, defendiéndoles en lo posible de los ataques de las mutaciones destructivas.

Señalábamos también que el acelerado cambio cultural que preside nuestra era nos fuerza a educar en un territorio aún desconocido y que por ello estamos obligados a observar con interés, científicamente, la cultura y el entorno en desarrollo del niño en desarrollo. Pues sólo así podremos seguir ese cambio para comprenderlo y podremos proporcionar a las nuevas generaciones los mejores navíos y cartas de navegación al futuro. Lo queramos o no, la televisión, junto con la escuela, han pasado a ser en las sociedades “avanzadas” los dos hechos culturales a los que el niño dedica la mayor parte de su tiempo de vigilia, los dos pilares –junto al pilar central de la familia– del nuevo edificio de la crianza y la educación humanas. Escuela y televisión han pasado ambas (la primera como una aspiración social histórica, la segunda quizá impremeditadamente) a constituirse en la principal innovación programática del experimento histórico en curso por el que seguimos diseñando y construyendo el hecho humano, la mente humana. A la sociedad le ha costado apreciar que el televisor pueda ejercer ese papel de armazón central del desarrollo humano, un objeto que, en quienes crecieron hace cincuenta años, ocupaba un lugar trivial y secundario como simple artefacto de ocio.

Treinta años de investigación y de creación experimental de programas de televisión para la infancia nos han permitido comprender mejor los impactos negativos y positivos de ese medio. Lo que sabemos nos indica claramente que la televisión no puede ya mantenerse en la consideración social y política de un simple componente del mercado del ocio y el entretenimiento. Para bien o para mal la televisión es uno de los grandes educadores, enculturizadores, de la nueva infancia. Y se trata de que lo sea para bien. Se hacen pues necesarias la valoración, la reflexión y el debate sobre su influencia, como condición para iniciar la actuación constructiva.

 

 

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