Recogemos en este capítulo 11 las conclusiones y propuestas que
se desprenden de este informe (Informe Pigmalión, realizado a instancias
del CNICE del Ministerio de educación, Cultura y Deporte) sobre
los efectos de la televisión en el desarrollo infantil. A partir
de la investigación internacional y nacional, hemos llegado en este
informe a trazar una panorámica de las evidencias acumuladas sobre
el impacto de las dietas culturales audiovisuales en el desarrollo
humano. Pero debe comprenderse que todas las investigaciones realizadas
han estudiado dietas televisivas concretas sobre culturas concretas
y muestras concretas de niños y de jóvenes. Es decir, no existe
tal cosa como la influencia de un medio
abstracto como tal en el desarrollo humano considerado
de manera general. Las corrientes culturales que se extienden en
los procesos de mundialización de la cultura son no obstante bastante
homogéneas y convergentes, y ello permite que las evidencias acumuladas
apunten sin duda a hechos generales que nos permiten orientarnos
con bastante claridad y aproximación. Pero es preciso ser cuidadosos
y entender estas corrientes mayoritarias como efectos culturales
y no como dictado de leyes absolutas: los medios culturales son
producto de un proceso histórico y ontogenético siempre abierto
que, como señala la metáfora de Pigmalión, ponen el cincel de la
creación en nuestras propias manos.
Conocer cómo afectan evolutivamente las dietas que estamos efectivamente
generando a los niños en las diversas trayectorias de desarrollo
que pueden configurar no es hoy un imposible. La investigación evolutiva
cultural permite ya caminar por el cambio cultural con brújula y
cartografía, y define influencias concretas para las grandes funciones
psicológicas y los grandes problemas sociales: desarrollo atencional
y cognitivo, desarrollo de la imaginación y construcción de la realidad,
desarrollo social e identidad, desarrollo moral y violencia, actividad
y vida cotidiana.
Este Informe permite pues aplicar reflexivamente esa información
para trazar cursos de navegación y orientar sobre lo que puede o
conviene hacerse en los contextos educativo, familiar y mediático.
Terminamos por tanto con algunas propuestas concretas dirigidas
a tres grandes ámbitos de acción cultural: la acción educativa,
la familiar, y la mediático-profesional.
Decíamos al principio del informe que, al comenzar un nuevo siglo,
el cambio transita por el protagonismo de los medios audiovisuales
y las tecnologías que los soportan, que este cambio ha creado nuevos
entornos humanos de vida y, sobre todo, de imaginación. No es una
simple opción, sino una necesidad, comprender a nuestros niños y
jóvenes como un nuevo, renovado, diseño humano para ayudarles
a realizar su propia construcción personal de la mejor manera posible,
salvaguardando lo mejor del pasado, ayudándoles a apropiarse de
lo mejor del futuro, defendiéndoles en lo posible de los ataques
de las mutaciones destructivas.
Señalábamos también que el acelerado cambio cultural que preside
nuestra era nos fuerza a educar en un territorio aún desconocido
y que por ello estamos obligados a observar con interés, científicamente,
la cultura y el entorno en desarrollo del niño en desarrollo. Pues
sólo así podremos seguir ese cambio para comprenderlo y podremos
proporcionar a las nuevas generaciones los mejores navíos y cartas
de navegación al futuro. Lo queramos o no, la televisión, junto
con la escuela, han pasado a ser en las sociedades “avanzadas” los
dos hechos culturales a los que el niño dedica la mayor parte de
su tiempo de vigilia, los dos pilares –junto al pilar central de
la familia– del nuevo edificio de la crianza y la educación humanas.
Escuela y televisión han pasado ambas (la primera como una aspiración
social histórica, la segunda quizá impremeditadamente) a constituirse
en la principal innovación programática del experimento histórico
en curso por el que seguimos diseñando y construyendo el hecho humano,
la mente humana. A la sociedad le ha costado apreciar que el televisor
pueda ejercer ese papel de armazón central del desarrollo humano,
un objeto que, en quienes crecieron hace cincuenta años, ocupaba
un lugar trivial y secundario como simple artefacto de ocio.
Treinta años de investigación y de creación experimental de programas
de televisión para la infancia nos han permitido comprender mejor
los impactos negativos y positivos de ese medio. Lo que sabemos
nos indica claramente que la televisión no puede ya mantenerse en
la consideración social y política de un simple componente del mercado
del ocio y el entretenimiento. Para bien o para mal la televisión
es uno de los grandes educadores, enculturizadores, de la nueva
infancia. Y se trata de que lo sea para bien. Se hacen pues necesarias
la valoración, la reflexión y el debate sobre su influencia, como
condición para iniciar la actuación constructiva.
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