Para Alexander (1994) los motivos de los miedos existentes en la
población respecto a la influencia de la televisión en las interacciones
familiares no han sido suficientemente contrastados por la investigación:
“La capacidad de la televisión para reemplazar a la comunicación
interpersonal, para promover el conflicto, y para reducir la unión
familiar permanece indeterminada” (p. 52). Desde esta idea, desarrolla
un acercamiento a la importancia del estudio de las interacciones
familiares, y en concreto aquellas producidas en presencia de la
televisión, ya que es este contexto uno de los más frecuentes en
los que la interacción se produce; y realiza una crítica de las
perspectivas que han abordado este tema desde una concepción “estática”
de las interacciones, centrándose en las diferencias interfamiliares
y no en las diferencias intrafamiliares para establecer las causas
y modos de la influencia de los medios. Frente a esta forma de estudiar
las interacciones familiares, Alexander propone la investigación
de “la forma en que los medios afectan al proceso de crear y compartir
significados dentro de la familia [y] la forma en que el proceso
de crear y compartir significados afecta al lugar de los medios
dentro de la familia” (p. 54). Es decir, la investigación sobre
los efectos de los medios en la familia no tiene como objeto un
elemento estático, inmutable, sino proceso dinámico de interacción
y comunicación constante, y debe ser capaz por tanto de tener en
cuenta todos aquellos contextos y agentes en que esa interacción
se desarrolle. Por ello el estudio de la capacidad de algunos contenidos
de facilitar la interacción es todavía escaso; sobre todo si se
tiene en cuenta que las interacciones que esos contenidos pueden
suscitar no tienen por qué limitarse al contexto “de recepción”,
sino que pueden estar sujetas a otro tipo de demandas comunicativas
(la identidad del oyente y del hablante, etcétera), según las cuales
el sentido/significado (meaning) del contenido inicial se
sigue construyendo. Alexander propone que “una forma de examinar
la creación del significado en los contextos familiares es explorar
la relación entre la función de narrar historias (media’s storytelling
function) de los medios y los temas de narrativa personal y
familiar” (p. 56). Esta idea no puede ser menospreciada, en la medida
en que gran parte de la comprensión de los acontecimientos que nos
rodean responde a un modelo narrativo, en el que se seleccionan
ciertos componentes y se ignoran otros en la construcción de una
“historia” de la vida (ver capítulo 6). Por tanto, el estudio de
la integración de las narrativas que se nos proporcionan desde los
medios (narrativas que provocan menos productividad y más reactividad
que las producidas en otros contextos comunicativos) con nuestras
narrativas personales y familiares es una acuciante necesidad; la
importancia de lo que aprendemos de los medios es mínima hasta que
se usa, ya sea de una manera más relacionada con la forma en que
se presentaba en el medio en cuestión o idiosincráticamente en las
narrativas personales o familiares. Y es en este punto en donde
se deben concentrar los esfuerzos de investigación, desestimando
la asunción de que “la interacción es una intervención que modifica
la influencia de la exposición” (p. 57), asunción que no explica
de qué manera la interacción dentro de la familia se relaciona con
los patrones culturales y las estructuras sociales. Es evidente
la contraposición de este enfoque respecto a otros comentados anteriormente
como el de Wright et al. (2001), reflejada en la frase con
que concluyen el trabajo: “[Esta orientación] empieza a trasladar
la investigación en comunicación de masas de los simples, y generalmente
improductivos, modelos causales a uno que trata a la comunicación
de masas como un componente de un entorno social complejo”.
En el capítulo 10 ofrecemos una revisión de los trabajos de Huston
et al. (2001) y de Wright et al. (2001a; 2001b), comentando
los inconvenientes de aislar los efectos del programa per se de
los producidos o favorecidos por la interacción familiar. Mielke
(2001) ya apunta que la visión de un programa educativo no es sino
un hilo más en el telar del entorno físico y social del niño; desde
la perspectiva de Alexander (y la nuestra propia) se podría decir
que este hilo no se utiliza en su integridad ni conserva sus características
intactas: conservando la metáfora del telar, este hilo pasaría,
antes siquiera del comienzo del trabajo, por un proceso de selección
en el que se evaluaría su calidad y la pertinencia de su inclusión
en el trabajo según diversos criterios, después se modificarían
sus características (teñirlo, hacerlo más fino o más grueso) en
función del uso que se le fuera a dar, y ya en el proceso de creación
su uso estaría enteramente supeditado al dibujo y el diseño global
del telar. Nos permitimos utilizar tan precaria metáfora porque
existe en ella un elemento que nos parece especialmente pertinente
con respecto a la idea de Alexander: el diseño del telar, es decir,
el diseño del entorno del niño. ¿Qué da sentido al diseño, es decir,
al entorno del individuo? Esta autora propone que el estudio de
las narrativas personales y familiares puede proporcionar una buena
respuesta a esta pregunta, tanto en términos globales como en lo
concerniente a la televisión y sus programas. Esta investigadora,
fiel a su concepción de la construcción del significado como un
proceso complejo, no descarta otras posibles formas de investigarlo;
aunque la que propone es sin duda una parte vital del estudio de
este proceso.
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