9. LA FAMILIA Y LA TELEVISIÓN

1. La familia es uno de los agentes mediadores más determinantes en la relación del niño con la televisión.

2. Esta influencia es tanto mayor y tanto más positiva cuanto menor sea la edad del niño y está en relación inversamente proporcional a la preparación y/ o disponibilidad de los padres. Por ejemplo:

– Los niños cuyos padres tienen actitudes disfuncionales en relación con la paternidad ven más contenidos de fantasía y evitan programas que requieran esfuerzo cognitivo o retraten interacciones sociales positivas.

3. Muchos padres afirman no estar preparados para llevar a cabo una mediación satisfactoria y efectiva entre la televisión y sus hijos. Sin embargo, la investigación ha observado que:

– Los padres que razonan con sus hijos, fomentan el auto-control y no usan amenazas verbales de castigo son aquellos cuyos hijos se ven más afectados por los contenidos “prosociales” y menos por los “antisociales”.

– En general, los estilos de mediación más basados en la comunicación y en la toma de decisiones conjunta respecto al consumo televisivo son aquellos que fomentan un mayor nivel de aprovechamiento del medio por parte de los niños.

4. La investigación sobre los patrones de interacción familia-niño ante la pantalla está en clara desventaja en nuestro país respecto al ámbito anglosajón.

 

9.1. LA FAMILIA ANTE LAS PARADOJAS DE LA SOCIEDAD ACTUAL... ENTRE ELLAS LA TELEVISIÓN

A lo largo de este informe se ha ido haciendo referencia al papel que juega la mediación de los agentes educativos presentes –o ausentes– en el hogar para explicar la influencia que la televisión ejerce en el niño. Parece haber un consenso en que especialmente en las primeras edades, pero también a lo largo de la infancia y la adolescencia, la familia es –al igual que en los restantes aspectos del desarrollo del niño– uno de los agentes mediadores más determinantes en la relación que el niño establezca con la pequeña pantalla, tanto en lo que respecta a los tiempos y dietas de consumo, como en los modos de visionado de los contenidos y los posibles beneficios o perjuicios cognitivos y morales que deriven de esa relación.

No es sorprendente, ya que estamos hablando del contexto de aprendizaje y de socialización más importante de todos aquellos en los que nos desarrollamos a lo largo de nuestra vida; lo que sí podría resultar sorprendente es el hecho de que la mayoría de los padres afirma no estar preparada para llevar a cabo una mediación satisfactoria y efectiva entre la televisión y sus hijos. Una explicación a esa declarada incompetencia ante el televisor por parte de los padres podría tener que ver con el hecho de que en éste, como en otros muchos aspectos de la educación y formación del niño (Álvarez, 1996), a los padres les está sorprendiendo la celeridad del cambio, que les hace sentirse inermes y confusos respecto al papel que les toca jugar en una sociedad que se mueve entre grandes paradojas.

Así, por un lado, parece un hecho asumido por toda la sociedad que la educación formal –la escuela– se ocupa de la formación cognitiva de los niños, pero es un hecho comprobado que los niños que mejor se adaptan a la escuela –y por tanto más probabilidades tienen de aprovecharse de ella– son aquellos en cuyas familias se manejan códigos y aproximaciones al conocimiento altamente sinomórficos con los que se emplean en la escuela (Bullock, 1975; Rutter y Madge, 1976; Tizard y Hughes, 1984; Laosa y Sigel, 1982). La primera paradoja estriba por tanto en que los padres son, quizá sin saberlo, un pilar para el desarrollo cognitivo de sus hijos, pero el mensaje que les llega es que de eso ya se ocupará la escuela.

Por otro, y respecto al peso tradicional de la familia y las comunidades primarias en la inculcación de normas y modelos de conducta, la sociedad sigue demandando de los padres una correcta guía moral de sus hijos, mientras les envía cargas de profundidad en la dirección contraria al centro mismo de su hogar –en forma de cuestionamientos de la autoridad paternal y la sanción directa o indirecta a la desarticulación de la familia que se pueden encontrar en muchos contenidos televisivos– o a los entornos de socialización del niño y el adolescente (publicidad, formas de ocio y diversión, etcétera). Nuevamente la investigación advierte de que los niños que mejor parados salen de su relación con la televisión son, como ocurría con la escuela, aquellos cuyos padres despliegan más estrategias de interacción-triangulación con sus hijos y la pantalla televisiva. De esta segunda paradoja quizá sean más conscientes los padres, pero ello no les dota de los suficientes conocimientos ni respaldo para hacerle frente.

El hecho es que los padres se enfrentan a esas dos enormes paradojas con desigual fortuna y éxito según el bagaje –y habría que decir el coraje– de formación y capacidad de respuesta que haya en cada familia, pero en todo caso sin que su empeño sirva en la mayoría de los casos más que para que la ya difícil tarea de la crianza de los hijos se convierta en una batalla contra los elementos ante la cual muchos terminan claudicando o, mejor dicho, ante la cual suelen ganar los elementos. Se producen así reproches a los padres sobre el hecho de no ser “lo suficientemente firmes”, o que “abdican de su papel malcriando a los hijos” o de que “delegan en la escuela y en la televisión la formación de sus hijos”. Familia, escuela y televisión, que deberían haberse constituido –como instituciones sociales que son– en los más firmes aliados para la educación y la integración en la sociedad de los niños y jóvenes, se dan la espalda en el mejor de los casos y en el peor se fustigan mutuamente con reproches cuyos efectos terminan perjudicando al más débil: el niño. Pero como hemos mencionado ya en otro lugar, padres o familia, escuela y televisión no son categorías equiparables en términos de responsabilidad social. Mientras que las últimas son instituciones educativas (ver nuestra acepción de educación referida a la televisión en el capítulo siguiente) reguladas y gestionadas públicamente, y con una capacidad de acción sobre un elevadísimo número de ciudadanos –virtualmente toda la población– las familias y/o los padres son instituciones de carácter privado y por tanto con una regulación y gestión tan variable como número de familias haya1, con una capacidad de actuación limitada a muy pocos individuos. Esa asimetría hace especialmente injustas y poco productivas las acusaciones hacia la familia como última responsable del posible deterioro cognitivo y moral de niños y jóvenes: la familia está sola, y cada vez más, ante los ataques de la post-modernidad y la fragmentación. La educación formal y la televisión tienen detrás a todo el peso de Estado –y/o de grandes capitales– para regular y controlar sus currículos educativos y sus ámbitos de actuación. A la pregunta que se hace Bronfenbrenner (1989) en su informe a la Unesco “¿Quién cuida de los niños?”, añadimos pues esta otra: ¿Quién cuida de los padres?

De ahí la importancia que tiene que las instancias que pueden intervenir globalmente lo hagan desde un modelo educativo basado en la investigación (Álvarez, 1987), ignorando profiláctica y heurísticamente las parcelaciones académicas o administrativas en “formal” “informal” y “mediático”, para re-pensar, re-estructurar y armonizar educativamente hablando la familia, la escuela y los medios, todos ellos agentes educativos.

Lamentablemente, en nuestro país la investigación realizada sobre las pautas familiares de interacción con el niño ante la pantalla adolece de una serie de desigualdades respecto al ámbito anglosajón que es necesario resaltar para comprender la urgencia de emprender políticas de investigación que lleven a pautas de intervención basadas en el conocimiento de nuestra realidad.

 


1Esperamos que se entienda que en este informe nos estamos refiriendo continuamente a los modelos sociales y familiares de las sociedades occidentales industrializadas, en los que las familias se han ido viendo desprovistas de los patrones culturales consensuados, respaldados y sancionados por el conjunto de la comunidad que brindan los modelos agrarios (cfr. LeVine y White, 1986)
retroceder avanzar