6. LA TELEVISIÓN Y EL DESARROLLO SOCIAL. LA IDENTIDAD

1. La televisión tiene hoy un papel central para definir el modelo de mundo (marco retórico) y de ser humano (identidad).

2. No obstante, la televisión no ofrece, o solo lo hace muy parcialmente, modelos que se ajusten a lo que existe en el mundo (produciendo “aniquilaciones semánticas” de elementos relevantes de la realidad social) o a lo que debe existir (produciendo propuestas en sentido contrario o contradictorias) de acuerdo con los criterios de desarrollo propuestos en cada cultura.

3. Cuando la televisión ofrece modelos positivos en programas dirigidos a los niños, su influencia en éstos es beneficiosa; pero esa influencia se neutraliza cuando se ofrecen modelos contradictorios.

4. Frente a las narrativas identitarias confrontadas y excluyentes que aparecen con demasiada frecuencia en la pantalla, se deben promover “identidades sin enemigo”, integradas en un modelo inter-identitario.

 

6.1. INTRODUCCIÓN
6.1.1. Conocimiento e información, ¿para qué? Las funciones orientadoras de la mente humana

En su manual sobre el niño y los medios de comunicación, Dorothy y Jerome Singer (2001b) resumen los temas sociales que marcan las principales entradas o titulares de la influencia social de la televisión que se han ido asentando entre la opinión pública y los investigadores:

¿Puede influir el ver la televisión en procesos constructivos como una mejor preparación para la escuela, o el asentamiento de valores como la cooperación, la solidaridad, y la civilidad compartida? ¿Existen aspectos de la televisión y de otros medios asociados a ella que puedan causar influencias socialmente indeseables sobre los niños, tales como el fomento de miedos patológicos, de agresiones incontroladas, problemas de identidad, problemas de interacción familiar, materialismo excesivo, desviaciones o conflictos sexuales? ¿Qué impacto tiene el ver la televisión sobre los hábitos de salud, el consumo de drogas o las pautas de alimentación; o sobre las actitudes y los prejuicios sociales, el materialismo e incluso sobre la moralidad básica? (Singer y Singer, 2001a, p. 1)

Además, si se revisan las temáticas de preocupación social donde más han escrito los investigadores sobre la influencia social de la televisión se encuentran un conjunto de designaciones de tipologías de producto televisivo (“realities”, publicidad, entretenimiento, familiares, programas con contenidos violentos, de terror, pornográficos…) que se asocian –casi siempre en negativo– a problemas sociales: violencia, sexo, drogas, familia, diferencias de sexo, alimentación y problemas de salud, etcétera. Estas consideraciones nos introducen en un conjunto de problemas del desarrollo funcional distintos –aunque relacionados con ellos– de los que hemos considerado en los tres capítulos anteriores. Aquéllos se referían a funciones y capacidades cognoscitivas o del desarrollo intelectual, éstos a funciones de carácter “directivo” o de “orientación” –por emplear la terminología de Luria (1978, 1979)–. Es decir, se trata de funciones que permiten al sujeto orientar su actividad, darle sentido y dirigirla a un fin. Podríamos decir que mientras que éstas funciones marcan la finalidad de la conducta, las cognitivas ponen los medios, o que mientras éstas aportan el sentido de la vida, las cognoscitivas se ocupan de gestionar su significado.

Es evidente que ambos tipos de funciones operan de manera integrada, y que sería simplista establecer una separación más allá de los requerimientos metodológicos. Sin embargo, el último tercio del siglo pasado estuvo marcado por un fuerte énfasis instrumental que supuso apreciables avances en la investigación y promoción de las funciones cognoscitivas e, indirectamente, un estancamiento de la investigación y la educación de las funciones de orientación y ejecución.

Los hechos y el repertorio de problemas psíquicos y sociales con que se enfrenta la sociedad contribuyen a recordarle de manera inquietante este desequilibrio. A la lista de tópicos que acabamos de citar, en que se concentra la investigación de los problema asociados con la televisión podríamos añadir otra igualmente significativa de problemas que se repiten en la agenda de preocupaciones educativas y sociales: desatención, desinterés, indisciplina, creciente porcentaje de chicos en la franja de riesgo, consumismo, sedentarismo, incremento de la delincuencia, de la violencia, sectarismo, conflictos de identidad personal y cultural...

Esta larga lista de precariedades en el desarrollo, cambiante quizá en cada época histórica pero siempre más o menos larga, habla en realidad de los problemas del currículum socio-moral de nuestra cultura en este momento histórico. De algún modo se ha supuesto que las funciones y capacidades socio-morales se desarrollarían de manera automática sin necesidad de preocuparse por ellas, bien desde dentro –madurativamente–, o bien desde fuera, gracias a fuerzas sociales que se suponen estables, como la comunidad o la familia (ver capítulo 9). Pero el contexto humano de desarrollo ha cambiado y sigue cambiando y, a la luz de los datos, ni la maduración interna ni las fuerzas sociales implícitas externas parecen garantizar este desarrollo y obviar este problema.

Hace más cuatro siglos y medio, ante el impacto sobre la organización epistémica del mundo conocido que trajo el encuentro con los pueblos de América en la universidad española de entonces, el español Acosta proponía la reorganización de las ciencias humanas. Acosta se planteaba entonces la investigación de diferentes mentes o modelos humanos. La legitimidad de las nuevas culturas defendida desde la nueva propuesta del derecho de gentes o derecho indiano acuñado en Salamanca (Vitoria, 1967; de las Casas 1967; Acosta, 1576) lleva a dos grandes preguntas científicas: una, conocer la naturaleza de las nuevas tierras; la otra, conocer la naturaleza de los nuevos pueblos y desarrollar modelos para una acción social y moral en el nuevo escenario humano. Acosta establecía entonces la distinción que se seguirá en Europa en la edad moderna entre ciencias naturales y ciencias sociales y morales. Aún abriendo generosamente el territorio de la ciencia natural, Acosta y las otras figuras de la ciencia española del XVI atribuían una clara primacía a las ciencias humanas y morales para poder comprender a las otras culturas y para guiar las acciones humanas, religiosas y políticas en aquel nuevo mundo intercultural.

 

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