Dos grandes ideas que marcaron el tercer cuarto del siglo (esto
es, la primera mitad de la vida social de la televisión) han sufrido
en las dos últimas décadas una inversión copernicana. Una es la
idea del espectador pasivo, heredada de las teorías de impacto directo
sobre la masa de la comunicación de masas, y de los modelos conductistas
de la psicología. Otra es la de que la televisión no tenía gran
cosa que ver con la educación y el aprendizaje.
Hasta los años 80 efectivamente, como señalan Simatos y Spencer
(1992), las investigaciones realizadas sobre la eficacia de los
programas educativos televisivos no habían podido o sabido encontrar
evidencias de aprendizaje. En ese punto se produce una inflexión
marcada que lleva a escuchar con más atención la afirmación de Postman
de que la televisión comercial es el currículo principal para los
niños y que la escolarización formal es, comparativamente, algo
secundario (Postman, 1979).
Por otra parte, la investigación sobre los procesos perceptivos
y de comprensión en televisión ha tenido una trayectoria pendular
muy marcada: comienza por basarse en un modelo que concibe al espectador
como un ser pasivo, obediente a los marcadores atencionales
y reactivo a los estímulos audiovisuales, para terminar en otro
enfoque que por el contrario defiende a un espectador activo
y estructural, que atiende y comprende estratégicamente sirviéndose
de esquemas y recursos propios. La transición entre ambos modelos
ha sido lenta y dificultosa, y ha consumido casi tres décadas de
investigación (Bickham, Wright y Huston, 2001).
Las implicaciones educativas y evolutivas que tiene esta transición
para la educación y la infancia son profundas. Y entonces, una vez
aceptada esa influencia decisiva, pasa a ser determinante conocer
cómo se produce: si el espectador es inicialmente reactivo y está
a merced de la televisión para pasar luego a ser activo y responder
voluntaria y estructuradamente ante la televisión… ¿es ese proceso
automático y se produce en todos los casos, o es un proceso constructivo
en que, sin el adecuado esfuerzo educativo y cultural, quedará el
niño a medio camino de su libertad?
Buena parte de la investigación realizada hasta hoy no responde
explícitamente a esta cuestión. En los modelos descriptivos propuestos
parece no rechazarse implícitamente un enfoque maduracionista predominante
en la psicología norteamericana y según el cual el niño iría “naturalmente”
desarrollando ese procesamiento activo (Bickham, Wright y Huston,
2001; Hawkins, Kim y Pingree, 1991) que abona la primera opción.
Sin embargo, los datos que correlacionan la dieta televisiva
con las influencias culturales y educativas sobre el desarrollo
de esa capacidad de procesamiento recogidos por los mismos autores
(Huston y Wright, 1998) apuntan claramente a la segunda opción.
Por nuestra parte creemos que las evidencias acumuladas en los
últimos diez años incitan a esta última lectura. Los datos de nuestra
propia investigación –diferenciando los niños cuya mirada está dictada
por la pantalla (guiados por la atención involuntaria) y aquellos
cuya mirada anticipa estructuralmente el estímulo relevante (del
Río, 1996b; 2000b)– se ajustan a las tesis de desarrollo del procesamiento
activo como consecuencia de la construcción de las funciones superiores
voluntarias mediadas por la cultura avanzadas por Vygotski y Luria.
El espectador puede hacerse inteligente, estructurado, activo, voluntario
y libre, pero el proceso no está garantizado y los propios contenidos
televisivos, en cuanto que dieta audiovisual con un lugar
destacado en su contexto de desarrollo, juegan un papel decisivo.
El proceso por el que el niño desarrolla sus capacidades y el papel
que juega en ello la televisión quedará clara, confiamos, al final
del informe. En aras al buen orden expositivo realizaremos ahora
un repaso de los factores que se han investigado en relación con
las variables de procesamiento de información y las capacidades
cognitivas del niño, ocupándonos brevemente antes de la influencia
de la televisión en las capacidades promovidas en la escolaridad
–una exposición más extensa de las relaciones educación–televisión
se encuentra en la parte III de este informe–. Así, si en el capítulo
10 se hace una revisión específica de la influencia de los programas
educativos sobre diversos aspectos del desarrollo, en este apartado
recogeremos algunos de los más destacables en lo que respecta al
impacto en las funciones cognitivas.
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