PARTE I. EL IMPACTO CULTURAL EN EL DESARROLLO:
MEDIOS DE COMUNICACIÓN, DESARROLLO HUMANO Y EDUCACIÓN

 

1 GENÉTICA CULTURAL Y DESARROLLO HUMANO

1. El desarrollo humano es un proceso de interacción abierto entre biología y cultura mediante el cual se conforman nuevos modelos de psique en cada generación y cada contexto cultural.

2. Los cambios culturales y tecnológicos producen un complejo de mediaciones y mecanismos nuevos que actúan sobre el desarrollo infantil.

3. Se hace necesario comprender y valorar los cambios culturales para definir el programa educativo y de desarrollo de cada nueva generación.

4. La televisión y los medios electrónicos son un nuevo entorno para el desarrollo del niño y vehiculan además un programa de contenido cuyo efecto educativo y evolutivo debe ser seguido y optimizado.

 

1.1. Introducción. Teorías del desarrollo y genética cultural

La más reciente y relevante aportación del enfoque interdisciplinar al desarrollo humano es, a juicio de Bronfenbrenner (1996), la “integración evolutiva”. Esto es, la constatación desde las ciencias biológicas, la genética y las ciencias sociales y psicología del desarrollo, de que los cambios en los niveles físicos, biológicos, sociales, culturales y psicológicos se integran de manera dialéctica en una reorganización sistémica que transforma todo el programa genético. Gottlieb (1996) ha propuesto el nombre de epigénesis para caracterizar ese proceso integrado y flexible, continuamente renovado, que se da en cada organismo humano. Elder y Glen (1996) sostienen que los cambios socioculturales históricos que estamos viviendo están de hecho transformando el proceso y el producto mismos del desarrollo humano.

En las disciplinas de la educación, la definición del modelo de ser humano que la educación pretende construir o garantizar ocupa un lugar explícito y central, y ello ha venido dando lugar, desde que la pedagogía existe –es decir desde que se ha explicitado la tarea educativa como programa consciente y pautado– a un debate tan permanente como necesario. En la psicología del desarrollo existe a este respecto una clara división. Por una parte, las teorías madurativas presuponen que el desarrollo del modelo humano responde a un programa genético hereditario garantizado por la biología y cuyo debate o programación es por tanto tan innecesaria como inútil: el desarrollo está escrito y la vía de mejora del modelo humano, de haberla, sería una vía tecnológica y material actuando sobre las bases genéticas.

Pero si, como apuntan las teorías emergentes de la ciencia evolutiva, la extraordinaria flexibilidad biogenética característicamente propia de nuestra especie permite un proceso abierto para la especie y para cada individuo, la definición del proyecto educativo adquiere una nueva importancia. La epigénesis (Gottlieb, 1996) como proceso sobre el que se puede actuar en cada sujeto, cada generación y cada cultura, abre un espacio en que, por así decir, se rediseña y define de nuevo la filogénesis. En esta perspectiva, la construcción de la mente humana, de las que en los orígenes de la Psicología se denominaron funciones superiores, es un proyecto renovadamente planteado y definido por la cultura y en los dos últimos siglos encomendado en gran parte por la sociedad al empeño educativo. En esa línea, aunque contando aún con menor evidencia biogenética, avanzaba Vygotski su proyecto de que la psicología evolutiva en el caso humano equivalía literalmente a educación.

El desafío que plantea la propuesta teórica del Carolina Consortium of Human Development (1996) obliga a que la institución educativa y las fuerzas culturales estén más atentas a los acelerados cambios del escenario de nuestro desarrollo y a los procesos de adaptación funcional integrada que explicarían éste.

Porque la teoría histórico-cultural no es suficiente: el recurso reciente a los modelos históricos, que enfatizan el papel de las ciencias sociales y culturales (incluido el de Vygotski) nos tratan de explicar nuestra naturaleza presente desde nuestro pasado cultural, pero tampoco alumbran suficientemente el camino que se abre adelante, en la oscuridad. Podríamos contemplar la ciencia evolutiva de lo humano actual como a aquel conductor con que McLuhan nos ofrece una de sus parábolas sobre el cambio histórico-cultural: alguien que conduce su coche a 200 por hora mirando por el retrovisor en lugar de por el parabrisas. En ese escenario la investigación debe enfrentarse a un cambio sin precedentes en el desarrollo humano que no parece vaya a desacelerarse en las próximas décadas. Toda la ayuda que pueda aportar la investigación dedicada, rigurosa y activa de nuestra cultura y de nuestra naturaleza humana en cambio se hace así imprescindible.

 

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